El año 2005 la prestigiosa Universidad de Oxford anunció la creación del Future of Humanity Institute (Instituto del Futuro de la Humanidad), un centro de investigación ética dedicada a las posibles amenazas futuras para nuestra civilización. Dirigida por el filósofo sueco Nick Bostrom con apoyo del neurocientífico computacional Anders Sandberg, el FHI desarrolló líneas de trabajo novedosas que se popularizaron entre los magnates de Silicon Valley. Después de 19 años de trabajo continuo y grandes logros, el pasado mes de abril la Universidad de Oxford anunció su cierre sin brindar explicación alguna al respecto.

El FHI era un espacio en el que se discutía e investigaba sobre el futuro. Su nombre hacía evidente la preocupación de su equipo porque la humanidad no se vea truncada por sus acciones irresponsables. Sus trabajos versaban sobre riesgos existenciales o cómo prevenir eventos que podrían destruir a la humanidad, los intereses de las personas futuras (largoplacismo), estrategias para desarrollar una inteligencia artificial segura, riesgos biológicos, mejoramiento humano y estaban vinculados a las corrientes de pensamiento transhumanista y altruismo eficaz. Entre sus filas destacaban jóvenes filósofos con gran talento, como William MacAskill, Toby Ord y Hilary Greaves.
Como consecuencia de sus ideas novedosas y consistentes, el FHI asesoró a instituciones privadas, como el World Economic Forum, y a organizaciones no gubernamentales, como la Organización Mundial de la Salud y la ONU a desarrollar políticas de acción relacionadas a sus temas. Contó con el apoyo económico de fundaciones y magnates, entre ellos Elon Musk y el co-fundador de Facebook Dustin Moskovitz, para que sus investigaciones no se vean interrumpidas por falta de recursos. El FHI estaba cumpliendo su labor con creces, pues estaba verdaderamente defendiendo el futuro.
A pesar de los avances y de la gran comunidad de seguidores, profesionales e instituciones amigas que inspiraron y reunieron a su alrededor, el FHI no pudo escapar a las campañas de desprestigio y la terrible censura que desde hace algún tiempo existe dentro de la Academia. En repetidas ocasiones, sus integrantes fueron acusados falsamente de promover ideas peligrosas y fantásticas. El sector que vio en el FHI una amenaza está compuesto de los típicos guerreros de justicia social, también llamados wokes, que han minado la academia y las ciencias sociales para imponer su agenda política. Este grupo de profesionales dedicados a promover la sensibilidad antes que la búsqueda de la verdad había censurado anteriormente a reconocidos académicos por considerar que sus investigaciones “fomentaban algún tipo de opresión hacia las minorías”.
Liderada por Emile P. Torres, la campaña de desprestigio contra el FHI y contra Nick Bostrom llegó a los medios de comunicación masivos, entre ellos The Guardian, Current Affairs, Medium y otros. Una acusación de racismo contra Bostrom, por un correo descontextualizado de los 90, significó acusaciones de colonialismo contra el movimiento futurista. Toda esta presión social debió tener algún efecto en el interior de la Universidad de Oxford, pues tal cual menciona Anders Sandberg, desacuerdos comunicativos y epistemológicos con la Facultad de Filosofía y la administración de la Universidad devinieron en el surgimiento de problemas y tensiones que se vieron agravadas desde el 2020 y que culminaron con el cierre del FHI este 2024.
El FHI fue uno de los centros pioneros de investigación para defender el futuro de la humanidad. Aumentar la calidad y tiempo de vida de las personas, curar enfermedades con terapias genéticas, dirigir nuestra evolución, automatizar procesos de gobierno, mejorar los mecanismos de toma de decisiones, promover la exploración espacial, utilizar la inteligencia artificial a nuestro favor y muchas promesas más son solo algunos de los beneficios que el futuro nos depara. Un futuro que a toda vista podría ser glorioso, pero que, conforme avanza la tecnología, se ve amenazado por los riesgos y peligros que su mal uso conllevaría. De ahí la importante labor del FHI por evaluar y desarrollar métodos para medir y tomar decisiones que procuren reducir las amenazas de extinción de la humanidad.
Ahora, con el cierre del FHI por presión política, la Academia vuelve a peligrar y, específicamente, la preocupación por el futuro de nuestra especie ha sufrido un duro golpe en el mundo universitario. El trabajo de Nick Bostrom y de los demás debe servir de inspiración para quienes sueñan con una civilización humana gloriosa. A la vez que no debemos olvidar que la censura al FHI solo es un caso más del pernicioso efecto de los wokes y de los guerreros de justicia social en la academia. A pesar del fin del FHI, la guerra no está perdida. Defender la libertad de investigación es fundamental, pues solo así podremos conocer la realidad y defender el futuro de todos. Un futuro que tenemos el deber de defender de los oscurantistas y opositores de la verdad.
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