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Contra la cultura de la palabra que sazona violencia

Foto del escritor:  Verushka Villavicencio Vinces Verushka Villavicencio Vinces

Desde hace varios años, estamos viviendo escenarios televisivos que exacerban las emociones de la audiencia para vincularla con expresiones de indignación y crítica frente a situaciones que demandan el accionar de las autoridades.



Recientemente, he podido seguir por una semana los noticieros periodísticos de la tarde y mi sorpresa ha sido grande al detectar el deterioro en el uso del lenguaje. Los conductores, con comprensibles razones para su indignación, se dedican a incentivar la confrontación entre dos partes en pugna. Usan un tono de voz elevado y recurren a expresiones verbales que revelan ira y repudio frente a los hechos que presentan.

Es evidente que la agenda de estos noticieros basada en las denuncias ciudadanas, apuntan a visibilizar los cuellos de botella de las gestiones de los gobiernos regionales y locales. Este tipo de programas tienen su antecedente en programas que se originaron hace más de 20 años atrás para revelar la otra cara de la moneda en las gestiones municipales de cara a las presidenciales. Parece que la campaña electoral al 2026 se inició antes y esta vez con un aire de confrontación donde impera la ausencia de empatía.

El problema es el enfoque que se le otorga a la denuncia. Incluso se revela la ausencia de respeto de los conductores en estudio hacia el reportero de calle, quien en vivo está tratando de construir los hechos de la noticia para dar un panorama completo a la audiencia. Este accionar revela que no tienen la guía de un productor periodístico de campo y se nota claramente que, junto con el camarógrafo, van recreando los hechos. Pudiera ser una estrategia para darle realismo a la nota, pero se ve tanta improvisación que no cabe la idea de una nota preparada periodísticamente con más anticipación.

La gran preocupación radica en la pérdida del lenguaje cortés, capaz de respetar a quien infringe la ley, para darle la oportunidad de explicar las razones de su proceder. Se nota claramente que no existe el criterio de ayudar a dar solución al problema; sino que más bien, lo que se busca es crear un espectáculo que visibilice la violación a la norma. Incluso al punto de obligar a la máxima autoridad a dar respuesta, debido a la presión mediática. Pero, ¿este es el proceder más adecuado?

Mientras tanto, ¿Qué sucede en el espectador? Resulta que una palabra negativa o insultante activa la amígdala, estructura del cerebro vinculada a las alertas, y genera una sensación de malestar, ansiedad o ira. Y es ahí cuando la persona tiene dos posibilidades: responder de una manera similar (incluso con una agresión física) o actuar con indiferencia, acudiendo a la razón.



En cambio, las palabras positivas o estimulantes son asimiladas por el hemisferio derecho del cerebro, que es el de las emociones. Por lo tanto, van a generar placer, sorpresa y alegría. Sin embargo, todo depende del tono, el volumen y el contexto. "Hasta la ofensa más horrible puede ser asimilada coloquialmente si se dice en tono suave", sostiene Leonardo Palacios, neurólogo y decano de la Facultad de Medicina de la Universidad del Rosario, quien asegura en una publicación en el Diario El Tiempo, que toda expresión hablada, sea positiva o negativa, produce una descarga emocional desde el cerebro.

De esta forma, el uso de formatos periodísticos con una agenda periodística que no es concertadora sólo genera crispación y exacerba el ánimo de la audiencia.

Pero algo más está pasando.

Para tomar la temperatura a la ciudad, hay que recorrerla en transporte público. Subí a dos buses y me encontré con personas que no vendían golosinas, pedían 10 céntimos de ayuda luego de pronunciar un discurso violento contra la situación política con claras técnicas para hablar en público que recurren a formas de expresión que se usan en la oratoria. No eran personas improvisadas, tenían una agenda y una intención. Esta práctica se suma a la televisiva para crear una cultura de la violencia.

El verdadero desarrollo humano tiene en el lenguaje a un aliado capaz de llevarnos al infierno o al paraíso. 

Frente a esta situación, cada ciudadano tiene la oportunidad de realizar cambios en su entorno que sean significativos. Para empezar, dejar de dar rating a los programas que fomentan la violencia y la exacerbación.

El Consejo de la Prensa debería reflexionar sobre el aporte de los medios de comunicación a la agenda de una cultura de paz y buscar que exista un real compromiso por la creación de una ciudadanía comprometida por el bien común. 


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