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La expulsión de Alejandro Muñante: Reflexiones desde San Marcos

Foto del escritor: Franco MirandaFranco Miranda

Muchos imaginamos lo que sucedería cuando anunciaron que Alejandro Muñante llegaría a San Marcos.



Era evidente que la presencia del congresista iba a generar el rechazo en la comunidad sanmarquina –caracterizada por su rebeldía– no sólo por representar al conservadurismo más bruto, sino también por su respaldo a iniciativas legislativas autoritarias que lo vuelven cómplice del vil copamiento y destrucción de las instituciones democráticas.

Refiriéndome al hecho en cuestión, confieso que en mis años universitarios pocas veces presencié episodios tan violentos: los escupitajos, empellones, jaloneos y puñetazos fueron el lenguaje de dos grupos exacerbados que se enfrentaban en la entrada del histórico Salón de Grados.

La trifulca inició cuando los estudiantes intentaron ingresar al auditorio. Luego, la situación se salió de control: tanto manifestantes como asistentes (incluso algunos organizadores del evento) hicieron uso de la violencia. Si no me creen, preguntenle a ILAD Media, que a pesar de su cobertura tendenciosa del evento (mostraron solo lo que conviene a su narrativa), por error difundieron un video en donde un estudiante fue agredido cobardemente por un aparente colaborador de la organización del evento (a pesar de que borraron el video, el material fue descargado y ya forma parte del conjunto de evidencias de las agresiones de ese día).

Tras el incidente, los panelistas invitados, al igual que las agrupaciones que los respaldan, emitieron pronunciamientos condenando con justa razón la violencia. Sin embargo, sus conclusiones son erróneas, pues consideran que el hecho representa solo “una prueba más de la intolerancia progresista”. A mi parecer, esa perspectiva es reduccionista, y se debe a la incapacidad de ciertos personajes de ver más allá de su “batalla cultural”.


Conservadores, progresistas y violencia en San Marcos

No pretendo detenerme en el conflicto entre progresistas y conservadores; opiniones sobre eso hay muchas y gran parte de las reflexiones sobre el incidente en San Marcos tienen esa orientación. Sin embargo, resulta imposible pasar por alto este tema, ya que en cierta medida motivó la violencia de aquel día.

En primer lugar, hay que recordar –por más evidente que parezca– que la intolerancia no es exclusiva de ningún ismo. En realidad, son muchos los factores que detonan estas conductas, pero algo me dice que esa “batalla cultural” no hace más que agravar el asunto. En efecto, bajo la lógica de la “batalla cultural”, parece no importar lo que diga “el otro”; tras los lentes de ese enfoque, la burla y la ridiculización son, al parecer, mecanismos válidos. El resultado es que tanto conservadores como progresistas obtienen una imagen distorsionada y caricaturizada “del otro”, por lo que el diálogo deja de ser una alternativa.

Pero tampoco soy un ingenuo: es obvio que entre conservadores y progresistas hay puntos irreconciliables. Y la situación se agudiza aún más cuando se pasa del discurso al hecho, es decir, cuando las consignas en contra “del otro” se materializan en políticas que terminan vulnerando derechos o estigmatizando ciudadanos. En ese contexto, el diálogo se cae y la protesta se vuelve una vía legítima. Pero, ¿la protesta justifica la violencia?

No quiero apelar a la tesis simplista de algunos liberales, quienes sostienen que la violencia no es legítima en ninguna circunstancia (parece que olvidaron cómo conquistaron sus derechos políticos), pero sí sostengo que la actuación de los manifestantes fue inadecuada, impulsiva y poco estratégica. Si bien estoy a favor de que el repudio a un personaje como Muñante se exprese a través de manifestaciones, los estudiantes no previeron, por un lado, que impedir el inicio del conversatorio iba a favorecer a la narrativa conservadora del “progresista intolerante”, y por otro lado, que el enfrentamiento con los organizadores y asistentes pudo haber terminado en tragedia.

A pesar de estos errores, no menores en absoluto, considero plenamente justificada la expulsión de Muñante de la universidad debido a sus posturas y acciones que detallaré más adelante. Pero antes, quiero hablar del evento en el que el congresista iba a participar.


La farsa del evento académico

El conversatorio se llamó “Influencia del globalismo en la concepción de derechos humanos” (título sencillo, concreto; poco creativo también).

Además del anuncio de tres destacados panelistas (nótese el sarcasmo), lo que llamó la atención de algunos fue el encabezado del afiche, pues denominaba el encuentro como un “evento académico”. Pero esto es totalmente falso.

El conversatorio no fue académico, sino político. Veamos sino a los organizadores: por un lado, Juventud Pro Vida, un “movimiento” conservador bastante conocido con algunos años de actividad política; y por otro lado, Jóvenes Patriotas, una agrupación en pañales, nacida en la UNMSM, cuyos miembros se identifican como parte de la “Nueva Derecha”.

(Si se me permite un breve comentario sobre Jóvenes Patriotas, a pesar del rechazo que generan en buena parte de la comunidad estudiantil, me parece bastante saludable su presencia en San Marcos. Y aunque en este momento ocupan una triste posición marginal, su solo existencia le otorga una dosis de pluralidad al sistema político universitario).

Pero veamos también a los panelistas: tenemos a Paola Martínez, una abogada y activista conservadora; a Olga Izquierdo, también activista, quizás más conocida por su video en Tik Tok en donde increpa a una trabajadora del aeropuerto la existencia de baños inclusivos; y Alejandro Muñante, un personaje lamentable que, para nuestra mala suerte, ocupa un escaño en el congreso y cuyo historial es bastante conocidos.

Luego de haber  esbozado los perfiles de los panelistas, me gustaría preguntar lo siguiente: ¿Qué credenciales tienen estos individuos para impartir una conferencia académica? ¿Qué libros han publicado? ¿Qué artículos tienen indexados? ¿Qué universidad (seria) les ha brindado un espacio antes? Que los organizadores califiquen de “académico” este evento constituye una ofensa para quienes dedican verdaderamente su vida al estudio y a la investigación. Además, un título universitario jamás otorga suficiencia intelectual, mucho menos en un contexto –que parecía superado, pero que empieza a resurgir– en donde personajes como César Acuña y Pepe Luna fundan universidades como si de bares clandestinos se tratara.

Dicho lo anterior, es evidente que el conversatorio no era un evento académico. Y si la Juventud Pro Vida y los Jóvenes Patriotas insisten en que sí, habría que dudar un poco del nivel intelectual de esta “Nueva Derecha”, que tiene como referentes ideológicos a personajes como Alejandro Muñante y ya ni saber a qué otro despreciable más.

Ahora bien, ¿perjudica al espacio universitario un evento político? Algunos –los académicos más dogmáticos o los “apolíticos” más necios– dirán que sí. Permítanme discrepar. Considero que la universidad, además de educar y producir conocimiento, es el escenario idóneo para la construcción de futuros proyectos políticos. Esto se debe no solo a la vocación crítica que se fomenta desde la academia, sino también porque en este espacio convergen personas de diversos orígenes, promoviendo así el intercambio de distintas perspectivas.

Teniendo en cuenta ello, considero que no constituye ningún perjuicio que el evento tuviera un propósito político. El problema, en principio, es que se niega su naturaleza y se pretende maquillar como “académico”. Pero hay otra cuestión:  ¿Cómo obtuvieron acceso al auditorio para un evento claramente político, cuando la universidad ha censurado iniciativas similares en los últimos meses? Eso fue lo que sucedió, por ejemplo, con la presentación de los libros de Anahí Durand y de Américo Zambrano, a pesar de que contaban con los correspondientes permisos. Entonces, ¿por qué no sucedió lo mismo en esta ocasión? ¿Será que solo censuran eventos que podrían resultar incómodos para ciertos personajes con poder?


Alejandro Muñante: Un destructor de la democracia

Qué podemos decir de Alejandro Muñante.

Abogado de profesión y cristiano confeso, reconoce que su vinculación con la actividad política se originó cuando el gobierno de Pedro Pablo Kuczynski intentó incorporar la “ideología de género” en la currícula escolar. Sin embargo, no fue  hasta 2021, tras obtener un escaño en el Congreso de la República, que inició su carrera política de manera “profesional”.

El conservadurismo evangélico de Muñante no solo se evidencia en sus polémicas declaraciones o sus estrechos vínculos con la iglesia cristiana, sino también en las políticas que impulsa. Por ejemplo, el congresista –quien suele trabajar de la mano con su colega de bancada, Milagros Jaúregui– ha presentado o respaldado proyectos de ley en contra de las libertades sexuales, el aborto terapéutico y la educación sexual integral. A pesar de que estos temas siguen siendo controvertidos en una sociedad peruana conservadora (a menudo también prejuiciosa), las repercusiones negativas de no abordar estas necesidades suelen ser ignoradas: desde la vulneración de los derechos de grupos minoritarios hasta la imposición a niñas embarazadas a culminar el proceso.

Pero además, el congresista Alejandro Muñante –egresado de una universidad fundada por César Acuña– se posiciona como un enemigo de la calidad educativa universitaria.

Así es, Muñante fue uno de los congresistas que respaldó la captura de la Sunedu, apelando a la necesidad de devolverle a las universidades peruanas su “autonomía”. Sin embargo, la llamada “autonomía universitaria” es más bien una falacia, la excusa perfecta para favorecer a los propietarios y docentes de universidades que se vieron perjudicados con el cierre de sus programas, escuelas, facultades y, en última instancia, de sus centros “educativos”, por no cumplir con los criterios básicos de calidad.

Pero además, Muñante también muestra un claro desprecio hacia la democracia.

Como es sabido, uno de los temas que más preocupa a los académicos, analistas y observadores internacionales, son los constantes intentos parlamentarios por socavar la autonomía de la Junta Nacional de Justicia (JNJ). Esta institución, encargada de nombrar, evaluar y sancionar a jueces, fiscales y autoridades del sistema electoral peruano, ha sido durante meses el objetivo de las mafias en el Congreso. Aunque algunos ingenuos sostienen que las reformas tienen un fin altruista, resulta evidente cuáles son las verdaderas intenciones: en su momento, blindar a Patricia Benavides, ex Fiscal de la Nación, y ahora controlar el sistema electoral.

El congresista Muñante no solo ha sido uno de los principales impulsores de la remoción de los miembros de la junta, sino que habría tenido un rol más importante y clandestino. O al menos así lo ha declarado Jaime Villanueva (otro impresentable que pisó San Marcos) ante el Equipo Especial de Fiscales Contra la Corrupción. Según sostuvo, él coordinó con Muñante los pasos a seguir para cooptar la JNJ, en una maniobra que involucraba al Defensor del Pueblo y al Tribunal Constitucional (TC). 

Me pregunto si Jóvenes Patriotas y Juventud Pro Vida tenían conocimiento de todas las maniobras de su tan aclamado panelista y referente ideológico. Yo creo que sí, pues para esta “Nueva Derecha” parece que solo importa ganar la “batalla cultural”, aunque tengan que pactar con el mismo diablo.


Últimos apuntes

Para finalizar, me gustaría que todo lo expuesto ayude a comprender (lo que no significa justificar) parte de la actuación de los estudiantes y su rechazo ante la llegada de Alejandro Muñante a la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Como he intentado dejar claro, el incidente no se limitó a un burdo conflicto entre conservadores y progresistas, aunque algunos insistan en esa visión simplista. La respuesta de la comunidad sanmarquina, aunque equivocada en cuento a formas, fue motivada por muchas razones, desde el intento de calificar como "académico" a un evento que claramente no lo era, hasta permitir la participación de un personaje que, junto con otros en el Congreso, contribuye a la degradación de todo lo que hemos logrado construir en nuestra joven y vulnerable democracia.


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