¿Y si mejor le pagamos con Yape a la presidenta?
- Rogger Alba
- 8 jul
- 3 Min. de lectura
La presidenta Dina Boluarte se duplicó el sueldo. Así nomás. Con la popularidad en el suelo, con el país en modo supervivencia, con la minería informal viviendo en toda la avenida Abancay y con la delincuencia en horario estelar, Boluarte decidió que era un gran momento para subir su remuneración un 122 %. Ahora ganará S/ 35,568 al mes. Porque claro, liderar sin liderazgo parece que agota más.

El aumento fue aprobado por el Consejo de Ministros mediante el Decreto Supremo 001-2024-PCM, y es legal. Legalísimo.
Y como si eso no bastara, este fin de semana se reveló que también cuenta con una tarjeta de alimentos de S/ 5,000 para su consumo personal y el de sus familiares.
Pero… ¿cuál es el problema? No es solo el monto. Es el momento, el contexto y el mensaje. Boluarte sabe incendiar la pradera: solo un día antes de esta noticia, medios de comunicación informaban que no era bien recibida en Arequipa. Si uno fuera malpensado, diría hasta que lo hizo a propósito.
Legalmente puede hacerlo. Políticamente, no le costaba nada esperar y dejar ese reajuste para el próximo presidente, quien sí podrá asumir ese nivel de responsabilidad con legitimidad electoral y visión de largo plazo.
Ahora bien, no faltan los congresistas en busca de titulares fáciles. Ya van nueve proyectos de ley para derogar el aumento del sueldo presidencial. ¿Una crítica válida? Sí. ¿Una solución de fondo? No. Porque mientras seguimos creyendo que el problema es el sueldo, no atacamos lo esencial: la precariedad del cargo más importante del país.
Y los ciudadanos, ¿dónde estamos? Algunos piden que el presidente gane como un médico del Minsa. Otros, que trabaje por vocación. Que no cobre. Que done su sueldo. Que sea una especie de héroe místico, honrado, austero, visionario… pero barato.
Y es aquí donde hay que hacer una pausa incómoda: ¿qué queremos los peruanos realmente? ¿Un presidente capacitado, con visión, que no robe… pero que gane como practicante de ONG? ¿Queremos excelencia, pero con sueldo simbólico? No funciona así.
La verdad es esta: un presidente no debe ganar poco. Debe ganar bien. Lo suficiente para no estar condicionado a robar, para atraer perfiles de calidad y para que el cargo se respete. El problema no es el monto, es quién lo cobra.
¿Dina Boluarte merece ese sueldo? Para muchos, no. Pero no confundamos el síntoma con la enfermedad. El sueldo presidencial no puede depender del nivel de popularidad del mandatario. No es un reality. No es El Gran Chef. Es la Presidencia de la República.
Y esto viene de arrastre. Fue Alan García, en su segundo gobierno, quien en 2006 redujo el sueldo presidencial de manera populista, bajándolo a S/ 15,600 y proclamando “austeridad”. Desde entonces, el cargo quedó amarrado a esa cifra, sin actualización ni revisión técnica. El gesto fue simbólico, pero dejó un precedente político tóxico: el del presidente barato.
La solución no es bajarle el sueldo al presidente cada vez que cae en encuestas. Lo responsable sería tener una política clara, técnica y estable sobre las remuneraciones de los altos funcionarios, como ya existe para ministros, congresistas y magistrados, según el cuadro oficial del Estado. Pero el cargo de presidente no puede estar al vaivén de la indignación colectiva. Debe tener una retribución acorde al nivel de responsabilidad, siempre que quien lo ocupe esté a la altura.
Y aquí también tenemos que mirar al espejo. Porque los peruanos, cuando no estamos votando por lo menos malo, exigimos lo imposible: queremos un presidente que sea honesto, eficiente, sacrificado, técnico, carismático, y encima… barato.
Spoiler: si pagamos sueldos mediocres, tendremos presidentes mediocres.
Dina no debió subirse el sueldo en estas circunstancias. No por legal o ilegal. Sino por sentido común. Por el momento. Por respeto a los peruanos que todavía hacen malabares para pagar planilla, sobrevivir a la delincuencia o sacar adelante su negocio.
Pero más allá de ella, no cometamos el error de creer que el problema es el sueldo. El problema es seguir pensando que la Presidencia se puede ejercer con espíritu franciscano y sueldo de practicante.
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