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La consolación del arte

  • Foto del escritor: Andrés Armas Roldán
    Andrés Armas Roldán
  • hace 2 días
  • 3 Min. de lectura

Théophile Gautier, escritor francés, fue uno de los pioneros en defender la idea del arte por el arte. Es decir, que su definición no debe limitarse a servir propósitos que sean ajenos a ella. Lo que se escapa, es problema del otro. Su significado sólo obedece a la belleza. Y la misma debería liberarse de cualquier aspiración que no sea estética. Por lo tanto, lo bello, lo estético, es incompatible con cualquier valor útil o moral. La belleza es perfectamente inútil.  


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El arte es una forma de alcanzar sensaciones extraordinarias. La experiencia estética del lector, oyente o espectador del objeto artístico debería ser su único fin. Si es que el arte tiene algún fin. «El arte es lo que mejor consuela para vivir», dijo Gautier en uno de sus libros. Otros escritores, como Baudelaire o Wilde, lo seguirán y desarrollarán la idea del arte como forma de consuelo frente a la vida.

Sin narrativas la vida sería insoportable. El arte estimula al individuo y le permite soñar, y soportar. Satisface sus sentidos. Algunas personas la buscamos como adictos, como yonquis. Resulta imposible vivir sin esta. La inconformidad que pesa sobre la vida eleva el arte al pedestal de musa y lo convierte en una experiencia maravillosa. 

Si los elementos del arte se experimentan de forma real, de pronto se descubre que uno ya no es solamente un espectador, sino que se convierte en actor de su propia vida. La recreación de un mundo que pretende sustituir al autentico. Esta debería ser la consigna del individuo: «Buscar constantemente nuevas sensaciones artísticas en pos de una vida más gratificante. Caer rendidos ante nuestros deseos, ante nuestros placeres. Que nos consuele del tedio de la cotidianidad». 

Música, moda, cuadros, teatro, libros. Al final, el paisaje está dentro de uno mismo. Y es nuestro pensamiento quien lo colorea. No podemos perder la facultad de gozar de la belleza. Debemos emborracharnos de ella y padecerla. Al final, todo pasa. Sólo el arte posee el fuego de la eternidad. Es necesario que su búsqueda sea obsesiva. 

Es deber del artista desarrollar un mundo de ficción donde el lector, oyente o espectador se olvide de su existencia por un momento. La mente es una máquina de contar historias. Y se entiende a sí misma moldeando su realidad y transformándose en relatos. Muchas veces, el arte concibe bien la metáfora de la vida. Y desarrolla libremente los caprichos del pensamiento.

Nos acercamos al artista con los brazos abiertos, y entregándonos le decimos: «Conmuéveme. Te entrego mi ser por el tiempo que dure tu creación». Es la confesión, no el sacerdote, lo que nos da la absolución. Son las personalidades las que mueven una época. La destreza artística convierte en dioses a quienes la poseen. Y si la finalidad de la vida es el propio desarrollo, ¿Por qué nos negamos a esta? La consigna del creador, del artista, es la de ejercer una curiosa influencia sobre su espectador. 

El artista es alguien que ve la vida de dos formas.  La ve como experiencia vivificadora y material creativo al mismo tiempo. ¿Su pecado? Vivir en un plano esquizofrénico. Ningún buen artista está cuerdo. Un bello escritor irlandés escribió alguna vez: «Detrás de todas las cosas exquisitas que existen hay algo trágico. Es menester que los mundos sufran para que brote la más humilde de las flores». Es necesario no sentir el calor del sol por un tiempo para crear una obra de arte que sea hermosa, y tan irreal, como una alfombra persa; o tan quimérica como un animal enjaulado lleno de simbolismo.

¿Por qué crear algo bello para después incendiarlo? Si el artista es el creador de cosas bellas. Y lo bello, es eterno. 


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