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Harold Alva. Spleen, el golpe de las fechas.

  • Foto del escritor: Eduardo González Viaña
    Eduardo González Viaña
  • hace 40 minutos
  • 2 Min. de lectura

Harold Alva es un poeta a tiempo completo. Además, es editor, periodista, columnista, analista político, agitador cultural. Pero, en primer término, es poeta. 


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La suya es una lírica marcada por la lectura ávida del modernismo, el surrealismo y la vanguardia, pero también por un valiente afán de hacer y lucir personal. 

Desde cuando niño devoraba a Baudelaire, a Chocano y Valdelomar, para luego caminar por la escalera que conduce a César Vallejo.

“Se escribe para sobrevivir al mundo” ha dicho una vez.

En “Spleen”, su más reciente libro de poesía se cubre con la ropa de otras criaturas – el cuervo, el gato, el océano- para buscar lápiz y papel y hacer poesía. 

Su creación es presta al intimismo y a la ironía al igual que, por momentos, a la narrativa. En ese sentido, es de anotar que todo lo suyo lo aprendió en orden, desde el verso clásico, o sea aprendió cómo eran las vestiduras para después desligarse de ellas. 

Al revés de lo que hacen muchos aedas de su generación, aprendió las formas estróficas de la poesía y las figuras preceptuadas para dejar luego que la suya fuera el agua de un río libre y desbordado. 

Hay en “Spleen” evidencia de lo que Luis García Montero dice sobre toda la obra de nuestro autor: “La poesía de Harold Alva, llega a su destino y enseguida abre la ventana para seguir mirando al mundo”. “Las aguas volaron como flechas, / marcaron con su ausencia este santuario,/ la luz toca mi rostro funerario,/ el golpe inaudible de las fechas.”

Se termina el 2025. Nada mejor que beber un vaso de buena poesía de Harold Alva. “Spleen” hará que no sintamos el “golpe ineludible de estas fechas”.


XXXIX


Conozco los ojos del precipicio,

he apuntado su pánico en mi agenda,

los reptiles que oculta en la trastienda

incapaz de ofrecer un sacrificio.


Sé del animal que habla en los tejados,

el huracán brutal contra el abismo,

esta emoción juglar, el cielo mismo

en su ecuación lunar a los costados.


Conozco la tormenta que lo inhibe:

su voluntad por sostener el fuego

es la cal que lo enciende y lo proscribe.


La trampa del reloj es solo un juego,

una señal de alerta que la escribe

el cuervo que se espanta cuando llego.



XL


Esas horas de paz que me blasfeman,

esos silencios de piedra en mi mano,

gritándome, otra vez, de modo insano,

apuntan sin herir, pero me queman.


Esas lenguas al costado del poema,

sus sombras acercándose macabras,

no me atacan ahora con palabras,

sino con el puñal de otro dilema.


Yo debo ser un muerto en el paisaje,

una oración leyéndose en la guerra,

el estoico que empuña su mensaje.


Ese animal que a solas nos entierra

resucita también cuando el lenguaje

es solo una ventana que se cierra.


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