Los escritores que podrían leerse y, sobretodo, disfrutarse en cada etapa de la vida son escasos. Tolstoi podría ser uno de ellos. El gran escritor ruso es cribió cuentos de carácter infantil; que gustaban por las múltiples moralejas y la sencillez de su lenguaje. Narrados a modo de fábula y protagonizados por personajes del folclore ruso. Durante la juventud uno podría darles una oportunidad a sus novelas cortas; y ya en la madurez engullirse con las más de mil páginas de Ana Karenina o Guerra y Paz. Pero Tolstoi podría volverse un autor tedioso para los que buscan placeres fugaces en esta época donde el tiempo parece correr. El genio ruso precisa de lectores que rumien lentamente su prosa. Y que sean pacientes en su delectación. Para placeres más fugaces, pero igual de intensos, tenemos a Oscar Wilde.
¿Quién no ha leído los cuentos de Oscar Wilde en la más tierna infancia? Cuentos que por la puerilidad y sencillez del lenguaje atraen y encantan a los niños; en ésta que es la más bella etapa de la vida. Ya en la juventud, y cuando uno explora la identidad de su carácter y la templanza de su temperamento; debería de concederle una oportunidad a las bellas piezas teatrales y a la única novela que el escritor irlandés escribió. Todo joven en busca de experiencias estéticas debería de leer al menos una vez El retrato de Dorian Gray; que es lo más cercano a una oda a la juventud y la belleza. Sus dramas, que no son menos bellos, resaltan por la sensualidad de su esteticismo y por la melodía de su lengua. Ya en la madurez y cuando la vida con sus golpes ha logrado enseñarnos algo; se deberían leer sus poemas, pues la etapa carcelaria —que fue la última en su vida— le enseñó a Wilde lo que era el dolor. Y, que, a final de cuentas, lo completó como ser humano.
Wilde fue un portavoz de las ideas de Walter Pater. L’art pour l’art es una doctrina que defiende un esteticismo formal del arte; poniéndolo incluso por encima de la vida y la naturaleza. Las ideas de Walter Pater sobre un arte que no cumpla una misión social y que sea adoctrinada, exclusivamente, por la belleza; justifica la idea de una vida imitadora del arte; y no al revés como solemos pensar. Pues la vida —nos recuerda Wilde— que edifica y labra el ser humano es iluminada por los elementos que encuentra dentro del arte. Y es gracias al espíritu creador de este, que se logra intensificar el énfasis de una vida poetizada. La literatura y su ornamento lingüístico logra que la vida —consiente de las formas de belleza de ésta— estimule su instinto imitador para darle más color a la existencia. Hallando nuevas expresiones en el lenguaje que sugieran sensaciones no exploradas. Más esta sensibilidad solo puede ser explorada a la par de que el ser humano se alimente artísticamente.
Seamos claros. La sensibilidad literaria incrementa a la par de las lecturas leídas. La literatura —que podría ser experiencia imaginada— logra en el lector sensaciones que antes ignoraba. Por lo tanto, el juicio artístico de una obra tiene más validez si la actitud crítica es sustentada por la impresión que causa el objeto literario. Wilde sostenía que la crítica se preocupaba más en el arte como expresión. De ahí que, nuestro escritor irlandés estuviese más preocupado en el efecto estilístico. Ornamentando y perfeccionando su técnica para crear impresiones nuevas en el lector. La prosa del dandi británico se iguala al efecto impresionista de las pinturas del siglo XIX: describiendo de forma amanerada el paisaje y las sensaciones del escenario donde se movilizan los protagonistas. No olvidemos la primera página de El retrato de Dorian Gray donde previo al dialogo de los personajes, Wilde nos describe un escenario particular, recreando las sensaciones, colores, olores y sonidos previo a la acción que da pie a la novela: una técnica que utilizó en varios de sus cuentos y de su producción teatral.
La diversidad de temas en su única novela son motivo de análisis. En primer lugar, la idea del pacto demoniaco es una idea que Wilde podría haber adoptado de La Peau de Chagrin de Balzac o del Fausto de Goethe. Recordemos también la dualidad de personalidad que Dorian sufre a lo largo de la novela; y que podría recordarnos a El extraño caso de Dr. Jekyll y Mr. Hide de Stevenson. Siguiendo el hilo de estos pensamientos, podríamos citar una frase de Roberto Bolaño: «Todos estamos escribiendo el mismo libro a final de cuentas». La imitación y reiteración de temas es usual en la literatura. La finitud del ser humano limita la cantidad de temas del cual uno podría llegar a escribir. Es por eso que para Wilde la forma lo era todo. La sensibilidad de lo narrado era lo que debía engrandecerlo y distanciarlo frente a lo que significaban los escritores de su época.
El tiempo es verdaderamente el único juez para un escritor. Es el tiempo el que finalmente sentencia si lo que escribió uno tuvo alguna relevancia o validez. Es el que juzga si las ideas de uno llegaron a trascender o si causaron algún efecto entre sus lectores. A final de cuentas, a uno nadie lo obliga a escribir. Uno escribe por necesidad. Porque tiene algo que expresar. Ya ha pasado más de un siglo desde la muerte de Wilde y aún seguimos leyéndolo. Recordándonos que solamente la muerte es la que viste con laureles a los tocados.
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