La necesidad del enemigo golpista
- Rafael Guzmán
- 23 feb 2022
- 3 Min. de lectura
Las definiciones son curiosas hoy en día. Aparentemente, se define como “extrema derecha” a todo aquello que se encuentre a la derecha de Verónika Mendoza y Juntos por el Perú y que se muestre como activo opositor del gobierno. Y a esta “extrema derecha” casi siempre se le vincula con el término “golpista”, aun si su ideología es totalmente ajena a aquella corriente de pensamiento y por más lejana que sea la posibilidad de que se concrete algún golpe. Nótese que con esto no pretendo de ningún modo negar la posibilidad de una vacancia presidencial, sino separar el correcto (y, en las circunstancias actuales, necesario) uso de este mecanismo de la noción de golpe.

Pues si fuera un golpe lo que está planteando la oposición, sería uno muy peculiar. Uno que se plantea en “reuniones clandestinas” que extrañamente son llevadas a cabo en lugares públicos, como restaurantes. Uno ideológicamente defendido y promovido por una fundación liberal extranjera (Friedrich Naumann, alemana), alejada en su manera de pensar de la supuesta ultraderecha que busca el golpe -abiertamente defienden los derechos de las personas LGBT, por ejemplo- y que financió a opositores de Fujimori durante los 90s. Uno que, en realidad, simplemente no es un golpe.

Dicho sea de paso, es interesante que ahora sí se vea más oposición a que organizaciones extranjeras busquen “entrometerse en el país” y hasta se pida que se corten relaciones diplomáticas con Alemania. A lo mejor se deba a que esta vez las organizaciones no son de izquierda. Y cabe recalcar que la fundación Friedrich Naumann no se ha visto exenta del “ultraderecheo”, incluso siendo vinculada con el nazismo en un periódico de izquierda.
En cualquier caso, la idea de un verdadero golpe, hoy en día, está más viva en la mente de quienes defienden al gobierno que en la oposición. Necesitan creer que se enfrentan a golpistas radicales, irrespetuosos de la democracia y del estado de derecho, el gastado calificativo de “aprofujimorista” se quedó corto, tienen que ser fachos. Necesitan un enemigo y presentarlo en una magnitud mucho mayor a la real. No por nada exageran hechos quizá cuestionables y los presentan como evidencia de un golpe inminente.
La distorsión de la realidad que se aprecia no es algo nuevo. Mientras que la presunta amenaza “ultraderechista” es agigantada, los argumentos en contra del gobierno han sido minimizados, invalidados o simplemente negados. El presidente que colocó a apologistas de Sendero Luminoso a altos cargos del Ejecutivo no es un incapaz moral, de alguna manera. No hay ningún problema con que el gobierno pueda recibir apoyo del MAS boliviano o del Grupo de Puebla, pues ello no es intromisión extranjera. Y cualquier ministro cuyo nombramiento haya sido una pésima decisión siempre será mejor que aquel que hubiera colocado Keiko Fujimori.
Luchar contra esta narrativa no va a ser sencillo para la oposición peruana, mucho menos aun cuando ciertos miembros de esta han difamado de manera similar a políticos o activistas de izquierda con el calificativo de terroristas. Sería agradable que los sucesos de las últimas semanas y meses les hayan mostrado el peligro de jugar con palabras que deberían reservarse únicamente para radicales de verdad. Pero eso podría ser mucho pedir.
Por el momento, los cargos de “golpistas” y “ultraderechistas” ya han sido y siguen siendo lanzados por la izquierda y son aceptados por muchos ciudadanos, inclusive por quienes que no se identifican con ella. Puede ser, entonces, que la medida más prudente en busca de la vacancia consista en esperar a que el presidente siga cometiendo errores y que alguno de ellos cruce la línea de la incapacidad moral a ojos de más personas. Vistos los primeros siete meses de su mandato, quizás sea solo cuestión de tiempo.
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