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Yukio Mishima: la muerte como apuesta estética

  • Foto del escritor: Andrés Armas Roldán
    Andrés Armas Roldán
  • 19 jun
  • 4 Min. de lectura

En la mañana del 25 de noviembre de 1970, Yukio Mishima entrega la última parte de su tetralogía El mar de la fertilidad a su editor. Este sería su último libro. Luego, junto a cuatro hombres de su ejército personal, toma el control de un centro de mando militar que tenía una reunión prevista en Tokio esa mañana. Su objetivo: convocar e intentar dar un golpe de Estado. Esto, con la finalidad de que Japón recupere la dignidad imperial que había perdido tras su derrota en la Segunda Guerra Mundial.  

Mishima añoraba el Japón del pasado; de la preguerra, el Japón del honor y la tradición. No el Japón occidentalizado que intentaba competir con las potencias mundiales. Para el escritor japones, mientras más prosperaba el país luego de la Gran Guerra, más se degeneraba el espíritu de su pueblo. Mishima lo percibía y le importaba. Los valores morales y espirituales de la sociedad japonesa se volvieron otra tras la guerra. No bastaba con lo escrito, con la literatura. Había que llevar la teoría a la praxis. La palabra a la acción. El sol y el acero. 

Yukio reúne a unos pocos hombres de confianza de su ejército personal. Y dispuestos a todo, inclusive a dar la vida, secuestra y amordaza a un hombre importante de la Fuerza de Autodefensa Japonesa: el general Masuda. Amenazándolo con ejecutarlo con una espada samurai —propiedad de la familia de Mishima—si no ordenaba a todos sus soldados a que se reunieran en el patio del edificio para escuchar el discurso arengador que tenía preparado para ellos. El resultado: gritos y abucheos. La desilusión de Mishima es grande. Su sueño está perdido. Reconoce su derrota. Solamente una salida: la muerte. Regresando a la oficina de mando y desnudándose, procede a realizarse el harakiri

Yukio se sienta de rodillas. Llegó el momento crucial por el que se estuvo preparando por años. Algunos hombres son tan meticulosos que preparan, incluso, su muerte. 

El primer paso del harakiri es introducirse una daga en el vientre y cortar horizontalmente para que las entrañas huyan desparramadas.  Del segundo paso se encarga el kaishakunin, la persona que degollará a la víctima y terminará con el ritual.  A Masakatsu Morita, de veintiún años, le tiemblan las manos; la responsabilidad lo afecta, lo paraliza. Aun así, le da tres tajos en el cuello sin lograr su objetivo. La sangre borbota y Mishima se retuerce: la cabeza aún no ha sido retirada del cuerpo. Otro de los discípulos, más decidido, toma la espada y finaliza el ritual. La cabeza de Mishima rueda por el suelo. 

Para entender el suicidio del escritor japones deberíamos ir un poco atrás, a su linaje. Mishima descendía de los Tokugawa, clan samurai que tuvo relevancia por cientos de años en el Japón imperialista. A esto, sumémosle que fue criado por su abuela paterna Natsuko, quien le inculcó férreamente la filosofía del bushido. Código ético que exige disciplina, entrega y lealtad. Además, conecta con los ideales de vida y muerte del guerrero como un todo. Como vives, mueres: con honor. Es por esto que el ritual más importante en el bushido es el seppuku o harakiri. Método con el que Mishima escogería terminar su vida. Y es que sólo los samuráis podían realizar este ritual. Ya sea porque su señor se lo ordenara o por querer, voluntariamente, conservar el honor ante él tras no cumplir con algún requerimiento. La voluntad de morir antes del deshonor y el reconocimiento de la derrota. 

Incluso en la muerte, Mishima abraza la fatalidad como una expresión estética. Es por esto que su muerte no debe tomarse como un acto político. Su obsesión por la muerte es también una apuesta estética. Terminar su obra y morir se convirtió para Mishima en un mismo proyecto. No es casualidad que en la mañana del día de su muerte dejara a su editor el ultimo de sus libros. 

La muerte está muy arraigada en toda la obra de Mishima. Muchas veces como eje central de la trama. En Vida en venta, Hanio es un personaje que tiene un sinsabor por la vida. Y ante la imposibilidad de suicidarse —falla tras ingerir muchas pastillas — e importándole muy poco su existencia, pone su vida en venta en el periódico: «Vida en venta. Quien la compre puede utilizarla como le plazca». Así nace una de las novelas más pintorescas del escritor japones. En Confesiones de una máscara, tal vez su novela más conocida, al personaje principal le imposibilitan su ingreso al ejército por no ser apto físicamente. Negándole la oportunidad de morir por su país en la guerra. 

Aparentemente podríamos decir que le habían dado una oportunidad, la de seguir viviendo. Pero le negaron la posibilidad de una muerte honorifica. El imaginar el final de la existencia, para el japonés de la época era una forma de reafirmación de la vida. Y así habría más ejemplos: como en La casa de Kyoko, El color prohibido o Sed de amor. En toda la obra de Mishima la muerte reafirma el espíritu japonés tradicional. 

Siempre he creído que la personalidad define la profesión. Escribir con honestidad es el deber de un escritor. Yukio Mishima es un escritor lleno de contradicciones, pero con una obra integra que habla por sí misma. Quiso reflejar el Japón de su tiempo con el fin de cambiarlo. Y su obra, tiene el sentido direccional de un escritor que es consciente de lo que está construyendo. Del discurso que quiere dar. De la senda que ha escogido. Al artista, ni flores ni tempestades lo desvían de su camino. Su muerte solo duró un instante, su obra resistirá el paso del tiempo.  


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