Usando una blusa que decía “Ponle Punche Perú” y rodeada de cámaras en la sala Eléspuru, la presidenta Dina Boluarte anunció con entusiasmo el incremento del salario mínimo a S/ 1130. Según ella, un esfuerzo para que los peruanos tengan “más recursos” para enfrentar la realidad, que cada día es más cara. ¿Y de paso? Subir un par de puntos en las encuestas. ¿Es este un acto histórico? No exactamente. Más bien parece otro intento por maquillar una realidad que se sostiene no gracias al gobierno, sino al sacrificio diario de millones de peruanos.
Pintemos la cancha como realmente es. Perú es el segundo país en América Latina con mayor porcentaje de trabajadores mal pagados, según la OIT. Más de la mitad de la fuerza laboral, un 50.2%, no gana lo suficiente para cubrir lo básico. ¿Y cómo sobreviven? Haciendo malabares. La informalidad laboral afecta al 73.5% de los trabajadores, que no tienen seguro, vacaciones ni estabilidad. Mientras tanto, el gobierno celebra este aumento como si fuera la solución definitiva.
Ahora, pongamos las cosas en contexto. En 2023, el PBI se contrajo 0.6%, marcando un retroceso económico. Para 2024 se proyecta un crecimiento del 3.1%, pero no gracias al gobierno, sino al esfuerzo de los trabajadores que, a pesar de la informalidad, la inseguridad y la falta de apoyo, siguen luchando para salir adelante.
Y sobre la inseguridad, el panorama no es mejor. El 76% de los peruanos tiene miedo de salir de su casa, y en Lima, esta cifra llega al 81%. Cada sol ganado por los trabajadores no solo se destina a comida o transporte, sino también a protegerse: rejas, cámaras, seguros. ¿A esto le llamamos calidad de vida?
Mientras tanto, la inversión privada, que debería ser el motor del desarrollo, lleva años en caída. Desde 2014, ha retrocedido un 1.3% anual en promedio, dejando al país en un estancamiento peligroso. Pero, como siempre, son los trabajadores de a pie quienes, con su esfuerzo, sostienen al país en pie.
Entonces, ¿qué estamos celebrando? ¿Un parche más en un neumático reventado? El aumento del salario mínimo suena bien en los titulares, pero no es suficiente. Necesitamos políticas que dejen de ser simbólicas y comiencen a atacar los problemas de raíz. Que la informalidad deje de ser el destino de más del 73% de los peruanos que quieren salir adelante. Que podamos trabajar sin miedo a que nos extorsionen o que una moto nos arranque el celular. Que el crecimiento económico deje de ser solo un número bonito para las gráficas del MEF y se traduzca en beneficios reales para todos.
El Perú está creciendo, y lo hará porque los peruanos siempre encuentran la manera, no porque las políticas gubernamentales les ayuden. Este crecimiento se sostiene en el sacrificio de quienes cada día paran la olla. Es hora de que el gobierno esté a la altura de ese esfuerzo. Que las políticas no sean solo anuncios para la galería, sino acciones concretas que nos den un país con seguridad, justicia y oportunidades reales. Porque mientras el trabajador pone el hombro, el gobierno no puede seguir limitándose a los aplausos.
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