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Foto del escritorHarold Alva

Miguel Ángel Zapata: El florero amenaza con hablar

¿Por qué la poesía perturba? ¿Por qué su abrazo poblado de misterio? Son las preguntas que me deja “El florero amenaza con hablar” (Máquina purísima, 2024), el más reciente libro de poemas de Miguel Ángel Zapata. “Gran privilegio, inmensa responsabilidad, perpetuo estímulo y carga pesadísima nacer dentro de una poesía tan admirable y vasta como la poesía peruana de ayer y hoy. Miguel Ángel Zapata asume con plena conciencia este desafío. Sus poemas vibran y arden en el recinto sagrado, enlazan nuestros siglos y unen milenios de poesía. Zapata anuncia lo que está por venir en nuestra lírica”, escribió José Emilio Pacheco hace más de dos décadas. Tenía razón.



Maestro del poema en prosa y uno de los más importantes estudiosos de la obra de Carlos Germán Belli, Miguel Ángel Zapata nos sorprende con un libro que, por su estructura, bien podría interpretarse como un tratado de misticismo contemporáneo en el que la música y la pintura son los elementos que movilizan una poética que ha hecho de su intimidad el recurso más sensato para capturar lo cotidiano. Pero no se trata de una cotidianidad que nos presenta al poeta como una isla, todo lo contrario: estamos frente a la representación de lo que acontece en un espacio que tiene como radio ciudades que cruzan al unísono en su lenguaje; así podemos leerlo caminar con Lucas Borja en la periferia de Lima bajo el alero de su casa de Long Island. Y sucede lo mismo con sus personajes (o visitas); a todos configura en el tiempo de su discurso a un ritmo donde aparecen Beethoven, Lanzetti, Shostakóvich o Keith Richards.

Es evidente la pericia verbal con la que aborda el instante, los viajes cuyas marcas se advierten en un discurso que nos retorna a la plenitud de los parques, a la cotidianidad de un cuervo que despliega sus alas o esa revisión a los clásicos en un registro que hace de Zapata el más puntual de nuestros referentes; el poeta se impone al río de Heráclito, le otorga la posibilidad de sostener una voz sin cambiarle la música. Así el cuervo continúa siendo un pretexto para no ceder al abismo o a su vieja ventana, en medio de la calle, donde copiaba el mundo.

Hay, sin embargo, una presencia mayor, un fuego transversal que sobrecoge cada texto: la presencia de Analí a quien le dedica el conmovedor “Mi hija es un árbol de flores”, su “lágrima en el bosque, / el corazón sonando como un volcán.” Miguel Ángel Zapata no sabe si el florero ha dicho palabra alguna, pero es consciente de sus señales. El libro tiene vitalidad mística por la forma cómo aborda el temblor de las pinturas de Paul Klee, Egon Schiele o Henri Matisse, por lo particular de su división, por las siete partes que nos devuelven a la perfección de lo sagrado y la consciencia: el siete de la simbología mística como número de armonía y de reposo; o el siete de los sellos proféticos, el siete del apocalipsis y del purgatorio. El siete de la música y de los colores. “El florero amenaza con hablar” es un libro orgánico que nos retorna al poeta de la totalidad, al renacentista que cuando escribe pinta o interpreta una canción.

“No se aceptan visitas/ a no ser que traigan una gota/ de ajenjo puro o una manija/ para abrir el poema de corazón/ oscuro. / Que venga solo Françoise Villon/ con más vino y pan/ caliente. / Que se acerque con su pálido corazón/ y su capa de seda rodeado de un ángel/ con diadema de estrellas. / Ahora errado de tantas sílabas/ recurro a la botella vacía del poema. / Que nadie la escurra gota a gota/ cuando el amor crece ante la horda/ purificadora del cielo.” Advierte en el poema “Visitas,” como quien nos hace un guiño desde el puente de Brooklyn mientras se toma una selfi con Allen Ginsberg, en Pachacamac.

“El poema se había apoderado de mí, y deduje que no tenía que perseguirlo más. No sé si todavía el florero ha dicho palabra alguna, pero sí ha arrojado muchas señales y vientos por toda la ciudad”, advirtió al principio. Tengamos claro que cuando se refiere a “toda la ciudad,” no habla del espacio territorial donde escribe, sino del que lleva consigo, es decir, de toda esa geografía que llega y se va con él. “Somos un arco que se estira/ ante la desesperación de los otros,” precisa. Miguel Ángel Zapata ha escrito un libro intemporal con el que observa todas partes: un libro como aquella flecha con la que apunta y nos espera. Escuchémoslo hablar.


MAZ con los poetas mexicanos Efraín Bartolomé y José Emilio

Miguel Ángel Zapata

Ha publicado, en poesía: Cancha de arcilla (2021), Los canales de piedra. Antología mínima (2008), Un pino me habla de la lluvia (2007), Iguana (2006), Los muslos sobre la grama (2005), A Sparrow in the House of Seven Patios (2005), Cuervos (2003), El cielo que me escribe (2002), Escribir bajo el polvo (2000), Lumbre de la letra (1997), Poemas para violín y orquesta (1991), Imágenes los juegos (Lima, 1987), entre otros. En crítica literaria destacan: Mario Vargas Llosa and The Persistence of Memory (2006), Tigre de la sed. Antología de poesía mexicana contemporánea (2006), Asir la forma que se va. Nuevos asedios a Carlos Germán Belli (2006), El hacedor y las palabras. Diálogos con poetas de América Latina (2005), Moradas de la voz. Notas sobre la poesía hispanoamericana contemporánea (2002), Metáfora de la experiencia. La poesía de Antonio Cisneros (1998), El bosque de los huesos. Antología de la nueva poesía peruana (1995), entre otros.  Su poesía ha sido traducida al inglés, francés, polaco, italiano y portugués. Reside en Long Island, Nueva York, donde se desempeña como catedrático de literaturas hispánicas en la Universidad de Hofstra. 

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