Por Dante Olivera Danos
Estudiante de derecho en la UNMSM. Miembro principal del Taller de Derecho Constitucional – UNMSM. Miembro del Círculo de Estudio de Derecho Administrativo (CEDEA) – UNMSM. Asistente de cátedra de Derechos Fundamentales. Cofundador de la organización juvenil Frente Crítico Universitario. Columnista en diversos portales de opinión.

Introducción
Popper tuvo un encuentro enigmático con Wittgenstein en 1946. Ambos pensadores con importantes aportes a la filosofía de las ciencias tenían posturas irreconciliables en su manera de pensar. Wittgenstein consideraba que solo había malentendidos filosóficos y, por tanto, no había verdaderos problemas filosóficos. Por el contrario, Popper consideraba que sí los había y que dentro de ello se encontraban los de carácter moral. Wittgenstein, irritado, agarra un atizador y le recrimina que plantee un ejemplo de una regla moral, a lo que Popper menciona que una regla podría ser el no amenazar con atizadores a profesores visitantes. La anécdota acaba con el filósofo analítico tirando el atizador y saliendo enfadado ante la respuesta y, al mismo tiempo, broma del epistemólogo. [1]
Es interesante como alguien que fue clave en el desarrollo de la filosofía analítica y del positivismo en el siglo pasado, un brillante filósofo del lenguaje, haya tenido una actitud recelosa y poco tolerante con tan eximio colega. Lo cierto es que la brillantez de Wittgenstein (así como la de muchos otros grandes pensadores en la historia) no ocultó para nada la intolerancia e irritabilidad que pudiese tener frente a otras ideas o personas que las profesan.
Desarrollo
La lucha por la tolerancia fue clave en la configuración intelectual del mundo moderno al impulsar las nacientes libertades del constitucionalismo clásico. Conocida es la historia de las guerras de religión (intolerancia religiosa) que llevaron a la formulación de la “Carta sobre la tolerancia” de Locke y que sentaría las bases filosóficas para configurar un naciente derecho de libertad de conciencia y religión. El presente demuestra que ha triunfado esta idea liberal dando origen a un conjunto de libertades: religiosa, de conciencia, de pensamiento y de expresión. [2] No obstante, surgen algunos retos que, como diría Popper, una sociedad abierta tiene que ser capaz de enfrentar para poder sobrevivir.
Esas libertades que nacieron del mundo anglosajón parecen (y recalco esta palabra) estar pasando por un periodo de regresividad en los mismos países que la vieron nacer y desarrollarse. En las universidades anglosajonas comenzó a desarrollarse una especie de histeria colectiva y gran fragilidad [3], en el cual uno de sus puntos centrales era la intolerancia represiva [4] que presentaban los universitarios y que, a mi juicio, representa un peligro social a la postre.
Este paulatino cambio de paradigma universitario ha originado, inevitablemente, en mayor o menor grado, debates, respuestas y reacciones de todo tipo: desde insultos clasistas e interseccionales, hasta papers de gran nivel académico en el mundo de las ciencias sociales. Entre esas reacciones se destaca la violencia física y psicológica, la cual, en aras de la tolerancia-intolerancia [5], podría llevar a que un determinado sector agreda a otro solo porque su discurso le resulta provocador, intolerante o contrario a lo que consideran “bueno” o “correcto”. [6] Es en este punto en el que, considero, hay una transmutación de la célebre frase analítica de que “los límites de mi lenguaje significan los límites de mi mundo” a una más ético-social de “los límites de mi tolerancia son los límites de mi mundo”, toda vez que se acepta que nuestras acciones del día a día están definidas por los pensamientos o ideas que tenemos [7].
Podemos pensar, teorizar o descubrir cosas, pero ¿De qué podría valer si tenemos un marcado corte de autoritarismo e intolerancia? Hoy en un mundo en el que se valora mucho el conocimiento, a la par, se valora el comportamiento social y la reputación (¿Usted contrataría a un profesional que, a la mínima diferencia de ideas con usted, deja de prestarle sus servicios, comienza a agredirlo verbal o psicológicamente o, incluso, lo “funa” en redes sociales? Difícil responder afirmativamente). Esto se potencia con la explosión de las redes sociales y las falsas imágenes que se pueden proyectar en estas. [8]
Creo que la intolerancia latente de algunas personas las puede condicionar de gran manera y limitar la potencialidad de su mundo y sus pensamientos. Un intolerante puede negarse a aprender más, a dialogar con la idea contraria e incluso censurarla o agredir a los que profesan ideas totalmente contrarias a la suya. Esto, por supuesto, también es una pérdida en sentido deóntico y consecuencialista para la sociedad.
Comentario final
Desconozco si hay un estudio completamente sistemático sobre la relación entre intolerancia y sesgos cognitivos con el nivel de IQ o la intelectualidad de uno; sin embargo, en La transformación de la mente moderna se muestra cierta correlación entre esta intolerancia represiva y los niveles de depresión, ansiedad y suicidios.
Los datos del libro mencionado y esta breve idea desarrollada me llevan a pensar que la intolerancia es perjudicial para el propio individuo que es intolerante, a la sociedad y que, si no se detiene su avance, tanto a nivel filosófico-intelectual, como en los claustros universitarios, podríamos llegar a tener serios problemas con las nuevas generaciones (cada vez más intolerantes) y su impacto en la sociedad.
Notas:
[1] Karl Popper. Búsqueda sin término. Una autobiografía intelectual. Madrid: Alianza Editorial, 2002. p. 198
[2] En nuestro país, estos derechos han alcanzado el rango de derechos fundamentales (y, por ende, de mayor y especial protección) en los artículos 2.3 y 2.4. de la Constitución.
[3] Johathan Haid y Greg Lukianoft. La transformación de la mente moderna. Madrid: Deusto, 2019.
[4] Tomo el término del ensayo de Marcuse Tolerancia represiva. El autor marxista llegará a afirmar que “Tolerancia liberadora, entonces, significaría intolerancia contra los movimientos de derecha y tolerancia hacia los movimientos de izquierda.” (Ennegativo ediciones, 2024), 51.
[5] Uso el término “tolerancia-intolerancia” porque, en muchos enfrentamientos, sobre todo físicos, siempre ciertos bandos se autoproclamarán defensores de la tolerancia, aunque en los hechos pueda ocurrir todo lo contrario.
[6] Un caso muy conocido en el último mes fue el de Alejandro Muñante y su cancelación en San Marcos.
[7] Una pequeña muestra de esta idea la da el filósofo peruano Salazar Bondy al manifestar que “gracias al conocimiento, el hombre orienta su existencia en el mundo y aprende a dominar la relidad”. Introducción a la filosofía y lógica. Lima: Librería Studium Ediciones.
[8] Deseo aclarar algo por si se puede malentender: no niego la gran capacidad intelectual o brillantez de las personas en el mundo de las ideas, por más intolerante que sea una persona, esta tiene su genialidad en el mundo intelectual. Una cosa es ser un intelectual, otra cosa es ser un intolerante.
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