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Foto del escritorPiero Gayozzo

La religión te quiere muerto, la ciencia no

Toda tradición religiosa o sobrenatural ha procurado dar sentido último a la existencia de los seres humanos a través de la inclusión de explicaciones sobre el universo, la inteligencia, la moral y la muerte. Sobre el universo, las doctrinas religiosas proponen que este fue creado, diseñado y moldeado según los deseos de una entidad superior. Esta entidad, por alguna razón que, según algunas tradiciones, fue el "amor", de entre las tantas criaturas que creó, se le ocurrió dotar a una especie de una facultad única: la inteligencia, y darles una parte de él mismo: el alma. Es así como se explicaría la consciencia y la capacidad que tenemos para tomar decisiones. El mismo creador les dio a estas criaturas sus enseñanzas en forma de principios morales. Finalmente, les hizo saber que la muerte era solo un tránsito hacia la gloria o castigo eternos. Que lo que les ocurrirá luego de la muerte corporal dependerá de lo que hagan en vida y de si siguieron o no sus enseñanzas. Esta es, más o menos, la tradición abrahamánica. Otras religiones incluyen reencarnaciones, múltiples dioses y otras variables mágicas, pero en principio, cumplen con intentar dar respuesta a los cuatro temas iniciales.



La idea de la creación del universo ha sido reducida a la fe. La evidencia empírica y el conocimiento científico no sugieren indicio alguno de que esto sea real. Tampoco la filosofía científica permite razonamientos lógicos a favor de esta tesis, como los argumentos tomistas, porque carecen de compatibilidad con la ciencia. Sobre la inteligencia y el "alma", la ciencia ha evidenciado que la primera no es exclusiva de los seres humanos, sino que es un rasgo que comparten varias especies, pero en distinto grado. La inteligencia es una propiedad emergente presente en distinta intensidad en los seres vivos. Mientras que la segunda, la ha descartado por no ser medible empíricamente. Por el contrario, se sugieren explicaciones más complejas para la consciencia. Con respecto a la moral, los decálogos o recetas morales sobrenaturales carecen de sustento lógico y no dialogan con la realidad empírica. En bioética, la discusión gira en torno a premisas mucho más complejas que un imperativo mandado por una entidad de cuya existencia no tenemos noticia alguna. Finalmente, sobre la muerte, no ha habido noticia de reencarnaciones o un sustrato donde vivamos luego de la destrucción de la carne. Y es sobre este punto que gira la discusión de la presente columna.

La recompensa del cielo o gracia eterna, el sueño de conocer al creador, la ilusión de que podrás conocer todos los misterios del universo y la promesa de reencontrarte con todas las personas que conociste cuando mueras, forman parte del lucrativo negocio de "la vida después de la muerte" de las religiones. Nadie ha regresado de aquel supuesto plano. Las pocas veces en que supuestamente ocurrió, resultó que o nadie más que el nuevo fundador de una religión los vio, o las personas que lo experimentaron eran víctimas de alucinaciones patológicas o no patológicas provocadas por fallas en su capacidad para testear o verificar la realidad. El negocio de la religión recae en las promesas anteriores y en la falta de pruebas para ello, de ahí que necesiten de tu fe. Solo cree, siente a Dios, siente su "gracia" y comienza a asociar todo lo bueno que te pase a él y a su poder infinito, ignorando que, de pronto, en dicha búsqueda dejaste de actuar de maneras que te eran perjudiciales, te volviste más responsable o buscaste soluciones para tus problemas. Juegan con tu mente y usan tus miedos y sueños para ello.

Como era de esperarse, dichas promesas requieren de tu compromiso. Requieren de personas que cumplan la palabra del creador y sus enseñanzas. Algunos, asustados por perder estas promesas, se van al extremo del fundamentalismo religioso; otros, con vidas más resueltas y mejor salud mental, optan por abrazar la fe en la medida de lo necesario y no caen en extremismos. En este abanico de perspectivas, siempre hay una visión que cala casi de forma universal: el orden natural, es decir, la creación, no puede ser pervertida por la mano del hombre. El peor de los atrevimientos, para un creyente, es el de intentar asemejarse al creador. En la tradición cristiana, fue Lucifer el que intentó esto y por ello fue desterrado. Jugar a ser Dios, manipular la creación, querer ser él, solo puede resultar en la pérdida de la gracia divina y de las promesas que obtendrías después de la muerte.

Hoy en día, desde una óptica más objetiva, desprovista de pensamiento mágico y agentes sobrenaturales, la ciencia nos ha permitido comprender la realidad sin temores a castigos o promesas eternas. Gracias a la ciencia, hemos descubierto cómo funcionan las leyes de la mecánica, de la gravedad y del electromagnetismo. Con este conocimiento, hemos manipulado la realidad y construido autos, edificios y computadoras para hacer nuestras vidas más fáciles y placenteras. En principio, esto está permitido por las religiones. El problema está cuando te acercas al objeto de su negocio: la humanidad.

La oposición de la religión a la teoría evolutiva fue tan férrea como la oposición a la vacunación contra la viruela en Inglaterra. Aceptar la teoría de la evolución implicaba restarle credibilidad a la tesis de la creación divina. ¿Cómo era posible que la humanidad no sea producto de la imagen y semejanza planificada de un dios creador, sino de procesos aleatorios? Luego de tanto conflicto, la religión supo adecuarse y aceptar la evolución, pero con la condición de que era un mecanismo con el que el creador obraba. La vacunación contra la viruela siguió más o menos la misma lógica. Las vacunas eran producidas con suero de vacas que habían tenido la viruela bovina. Los más críticos de este procedimiento creyeron que era un plan para animalizar a los humanos y denunciaron esta actividad con imágenes en las que se veía a los humanos con partes orejas y colas de vaca como consecuencia de la aplicación de la vacuna. Era un plan satánico. Hoy en día, una reacción similar suscita el surgimiento de nuevas biotecnologías.

Los más novedosos adelantos en biología y neurociencia han dotado de respaldo a la tesis de que somos máquinas biológicas conformadas por millones de unidades especializadas, células, que forman tejidos y órganos con los que se ejecutan cientos de procesos para mantenernos vivos. Cada elemento cumple una función. Este complejo sistema ha desarrollado un proceso singular: la consciencia. El conocimiento que de nuestros cuerpos vamos obteniendo ha llegado a niveles moleculares y a los comandos de la vida: el ADN. Gracias a ello, hemos desarrollado estrategias para modificar y manipular dichos comandos. Somos un reloj súper complejo que vamos conociendo con mayor detalle y cuyas piezas podríamos modificar o repotenciar para funcionar mejor. La ingeniería genética, la biología sintética, las prótesis neurales (como Neuralink) y los procedimientos médicos en general son estrategias que prometen arreglar, cambiar y potenciar las piezas de la máquina humana. Según esta lógica, se abren las puertas a la curación de enfermedades, a evitar la aparición de enfermedades, a tener órganos de repuesto para todos, a retrasar el envejecimiento y, por qué no, a algún día retrasar la muerte. Lamentablemente, aunque esto suena glorioso, hay gente que no lo desea.

La religión ha vendido muy bien sus promesas para después de la muerte. Lo ha hecho tan bien que la gente ha dado por hecho que moriremos. ¿Por qué? Porque le prometieron las dichas eternas una vez que ocurra eso. Los más interesados en mantener el poder que estas creencias les dan y los más interesados en que esas promesas sean reales son las personas que se oponen a la ciencia médica más avanzada. Son las personas que quieren que tú mueras. Son las personas a las que les conviene que la muerte exista, que los creyentes sigan temerosos, que vean inmoral y aborrecible manipular al ser humano, pues hacerlo significa obrar como Lucifer: querer ser como dios. A la gente que goza del dinero de las iglesias no les conviene que desafíen su poder, que desafíen la existencia de dios, que descarten las promesas que les dan poder. De ahí que impulsen sus cruzadas anticientíficas para infundir lo que mejor saben hacer: temor. ¡Teman a las fuerzas satánicas de las farmacéuticas que quieren manipularte con chips, con Neuralink y modificar tus genes! Suenan a los antivacunas del siglo XIX de Inglaterra. Es el mismo temor el que los impulsa.

En el fondo, los creyentes y la religión institucionalizada temen perder su poder de control y que sus mitos sean descartados. Tal es el miedo que tienen que son capaces de evitar que lo que te prometieron que obtendrías después de la muerte lo obtengas por más tiempo en este mundo gracias a la ciencia. Quieren que vivas luego de muerto en lugar de vivir más tiempo aquí y ahora, en la única vida de la que tenemos noticia de que existe. Mientras la religión te promete algo para un después que no sabemos si sucederá, la ciencia te lo ofrece para esta vida. Ten cuidado con los que te quieren muerto. Gracias a la ciencia, algún día no será necesario morir para ser feliz. Está en nosotros elegir: ¿Penitencia y sumisión o razonamiento y liberación?

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