La poesía es un hábito de caza: El proceso creativo como la gramática del salvaje
- Juan Antonio Bazán
- 1 abr
- 4 Min. de lectura
Harold Alva define su poesía como la gramática de un salvaje asediado por la sospecha. En su proceso creativo, no conquista, sino caza.

¿Cómo describirías tu proceso creativo?
Soy un domador de emociones. Escribo por instinto, más que un proceso, he desarrollado hábitos de caza. En Trujillo, gracias a mi maestro Juan Paredes Carbonell aprendí una tipología del discurso poético que, así como los acordes fundamentales del flamenco, son los elementos sobre los que construyo mi poética. Aprendí a capturar la emoción, a enriquecerla con el pensamiento y la imaginación, para entregarle un lenguaje, mi lenguaje, un estilo. Voy entonces del verso clásico al verso libre, precisando con mi respiración el ritmo, ese compás o esa música que aterriza lo que necesito decir. “He abandonado mi cuerpo/ como un guante para dejar la mano libre”, habría precisado Emilio Adolfo Westphalen.
¿Cómo defines tu poética, por la forma y por el contenido?
La definiría como la gramática del salvaje. Tuve mi primer enfrentamiento contra la página en blanco en mi adolescencia, en las montañas del bosque seco tropical, rodeado por la precariedad de lo silvestre. Allí aprendí a domar el impulso, pero aprendí también que la poesía es construcción, que el arte responde a códigos, a siglos de civilización; entonces decidí aprender su estética, a dominar sus recursos, sus licencias y figuras literarias, y a leer, a leer todo aquello que me ayudaría a alcanzar una voz. Por la forma soy un conservador, alguien que, si rompe con el lenguaje, lo hace porque considera insuficiente sus códigos de comunicación. Por el contenido, la mía es una poética del asedio y la sospecha. “Un hombre/ cuando ya no puede hablar/ se marca”.
¿Has periodificado tu obra poética?
Puedo atreverme a decir que hay tres momentos en mi obra poética. El primero, aquel que va de 1992 al 2003, cuando cada texto respondía al deslumbramiento, al tránsito del adolescente que aprendió a gritar escribiendo al centro de las montañas hasta el joven que llegó a Lima y entendió que había otra selva, otros ríos, otras fieras contra las que tendría que aprender a lidiar. El segundo es mi intento por hacer de Lima una extensión de mis frustraciones y anhelos. Lima en sus contradicciones fue lo más parecido a mí, por eso le escribí un libro el 2010: “Lima, la épica del desastre”, que abarca un periodo desde que me hice uno con esta ciudad hasta recuperar al individuo, a su yo lírico que mantenía intacta su flora y su fauna, su geografía insular, sus animales. Y el tercer periodo empieza el 2022 con la pérdida física de mi madre. Se trata de ese momento cuando me cortaron las raíces. Sin mis padres, sentí el abrazo de la más absoluta de las soledades: el vacío al que estás obligado a construirle un piso para no quedar en el aire. Sin ellos, la condena fue mirar más allá, retornar a todo lo aprendido, aferrarme al amor, y escribir “como una bestia desdentada que persigue a su presa”, tal como apuntó César Moro.
¿Qué papel le asignas a tu padre Antonio en tu obra artística?
El más importante: fue mi primer maestro. Mi papá era mormón, policía y cantante de un grupo de mariachis. La iglesia le dio sabiduría para inculcarnos la moral y la ética que definió nuestra personalidad; la institución policial, disciplina, y la música: convicción por la libertad. Tenía cuatro años cuando papá me enseñó a dibujar, leer y escribir, seis cuando me preparó para declamar mi primer poema y diez, en la montaña, cuando me enseñó a cazar y cultivar la tierra. Papá me compraba un libro cada fin de mes, así fue desde que tuve ocho años, y me compraba historietas: llegué a la adolescencia como un gran lector de “Kalimán”, “Águila Solitaria”, “Arandú” y “Orión, el último atlante”. Hizo además algo fundamental: financió mi primer libro cuando cumplí los diecisiete. ¿Cómo fallarle, Juan Antonio?
Háblanos de tu actual internacionalización.
Es el resultado de tres décadas dedicadas a la poesía. El 2020 publiqué por primera vez en España, gracias a Valparaíso Ediciones, el 2024 en Italia, gracias al gran latinoamericanista Emilio Coco y Di Felice Edizione: “Monologo del sopravvissuto”; ese mismo año la Universidad Juárez Autónoma de Tabasco publicó “A tiempo completo”, una antología de 412 páginas y este 2025 Círculo de Poesía acaba de publicar “Hábitos de caza”, mi segundo libro mexicano. En mayo Llamarada Verde publicará “El libro de los cuervos”, mi primer libro boliviano, Códice de Nueva York publica, ahora en abril, “Spleen”, mi libro de sonetos, y en octubre se editará un nuevo título en España. La poesía es generosa conmigo. A mi entorno más cercano le confieso que me resulta inevitable recordar al adolescente que iba con su hacha a cortar leña cuando estoy frente a espacios que crecí admirando en los libros. El Templo de Apolo, Grecia; la Biblioteca de la Universidad de Salamanca, España; el río Tajo y el olivo donde reposan las cenizas de Saramago, en Lisboa; el mar Adriático, Italia, o Palenque y Teotihuacán, en México, son lugares increíbles cuya energía nutren los nervios que perturban mi escritura. Se siente bien saber que me leen más allá de Perú. No claudicar constituye una bella responsabilidad, por eso escribo todos los días.
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