Fascismo por doquier: la obsesión con la “palabra F”
- Piero Gayozzo
- 23 abr
- 6 Min. de lectura
Las últimas elecciones en Alemania fueron presentadas al mundo como una contienda entre el fascismo y la libertad, el autoritarismo y la democracia. El partido AfD, a pesar de contar con una representante mujer y lesbiana, fue tachado de ultraderechista y antiderechos por múltiples comentaristas. ¿La razón? Haber utilizado un desafortunado slogan empleado durante el régimen nacionalsocialista y, principalmente, proponer la “remigración” (políticas de retorno de extranjeros a sus países de origen) como solución política a las tensiones sociales entre locales y musulmanes. En tono similar son condenadas las políticas de Donald Trump y las acciones del multimillonario Elon Musk. Al margen de la debatible medida de la AfD o que no estemos de acuerdo con Trump o Musk, en diferentes medios, círculos académicos y entornos universitarios no existe mejor etiqueta que la de “fascista” para rechazar todo lo percibido como malo.

En los últimos años se ha llamado indistintamente fascista a políticos con ideas tan variadas y ubicados en diferentes grados del espectro político, tales como Donald Trump, Nayib Bukele, Jair Bolsonaro, Javier Milei, Giorgia Meloni, Vladimir Putin, Jean Marine Le Pen, Narenda Modi, Yoon Suk-yeol, José Antonio Kast, Álvaro Uribe, Rafael López Aliaga, Keiko Fujimori y la lista continúa. Algunos de ellos son nacionalpopulistas, otros conservadores, populistas de derecha radical, demagogos, etnoliberales o simples promotores del neoliberalismo, pero no fascistas. Existe una obsesión con llamar fascista o “facho” a toda persona o movimiento que posea ideas alternativas a las imperantes de la democracia, los derechos humanos, la igualdad y la libertad o que simplemente se oponga a la agenda política de la izquierda. El fascismo se ha vuelto el epítome de la maldad. De ahí que, ya sea para crear un sentido de emergencia, para descalificar a alguien o por desconocimiento, la narrativa de que el mundo se encuentra bajo amenaza de una nueva ola fascista predomina en la academia y en parte de la sociedad.
Esta obsesión ha sido denunciada por varios estudiosos del fascismo. James Gregor publicó un libro en el que criticaba el mal uso y abuso del término por parte de algunos académicos. Una tendencia que llegó a considerar al islam, al nacionalismo hindú, al maoísmo y a los movimientos por la negritud como “neofascistas”. Stanley Payne, experto en estudios del fascismo ha comentado la existencia de una corriente antifascista bastante fuerte que se nutre de sobredimensionar el alcance del fascismo en la sociedad. Una tendencia según la cual se ha demonizado la “palabra-F”, como denomina irónicamente el mal uso del fascismo. Tamir Bar On, otro notable investigador del tema, también denuncia el “miedo marrón” (Brown Scares) -por las camisas pardas de los nazis-, término empleado en EEUU para designar la obsesión con denunciar la presencia de nazis y fascistas en ese país. En un extenso libro Bar On junto a Jeffrey Bale han sido más críticos y han denunciado el abuso que en las ciencias sociales y que los activistas de izquierda hacen del término para descalificar a sus contrincantes y cancelarlos. Roger Griffin ha hecho presente que en la sociedad existe un trauma por los horrores de la Segunda Guerra Mundial que ha generado una sobre alerta entre las personas y una tendencia a llamar fascista a todo tipo de gobierno dictatorial, nacionalista o autoritario. Como si estos rasgos fueran exclusivos del fascismo y no se hubieran manifestado en gobiernos de derecha, izquierda, religiosos o de otra ideología. Robert Paxton también ha descartado el uso del rótulo fascista para fenómenos tan variados como el Estado Islámico, Donald Trump o el Tea Party. Otro experto que se ha manifestado ha sido Roger Eatwell, para quien el término ha degenerado al punto de ser una suerte de “bomba-F” con la cual atacar a los enemigos políticos.
Es obvio que el fascismo dejó marca en la historia mundial y que los campos de concentración son un recordatorio fresco de la crueldad humana, en similar tono a las masacres comunistas y los genocidios bosnio, armenio o ruandés. Pero ¿por qué la fijación con el fascismo? Parte de la responsabilidad puede tenerla la forma en que se reprodujo el Holocausto (sistematización del genocidio), la influencia de la propaganda soviética en académicos durante la SGM y la guerra fría, la igualación de fascismo a arma del capitalismo en tiempos de crisis, la gran cantidad de producciones cinematográficas sobre el Tercer Reich y el Holocausto, la percepción de que una crisis democrática podría significar un revés en la calidad de vida obtenida durante las últimas décadas, así como la asociación de Europa y de la identidad “blanca” como imperialistas u opresoras en la narrativa más radical de la izquierda contemporánea.
Se acusa a muchos de fascista, pero ¿Qué es el fascismo? El fascismo es una ideología política autónoma. No es parte de la derecha ni de la izquierda. Algunos autores consideran que es una forma de socialismo no marxista con un énfasis ultranacionalista. Otros lo ubican en el espectro de la ultraderecha, por su apego a una valoración desigual de la sociedad. Sin embargo, cierto consenso está surgiendo en la academia y describe al fascismo como una Tercera Vía que apunta a lograr una síntesis entre la derecha e izquierda para crear una alternativa ideológica con la cual lograr el resurgimiento de la comunidad nacional. El mínimo fascista, aquel conjunto de ideas nucleares del fascismo y a todas sus manifestaciones (incluye fascismo italiano, nacionalsocialismo, BUF, Guardia de Hierro, Rexismo, Falangismo, etc.), lo define como una forma “palingenésica de ultranacionalismo populista”. En otras palabras, un proyecto político que apunta al resurgimiento (palingénesis) de una nación definida en términos míticos a través del empoderamiento directo del pueblo. El objetivo del fascismo es regenerar la historia y crear un nuevo futuro en el que la comunidad nacional resurge como fénix de la mano de un nuevo hombre y un nuevo ethos.
Para algunos autores el fascismo no sobrevivió a la Segunda Guerra Mundial, pero esto es falso. Sería negarle el carácter ideológico que tiene, a pesar de que a muchos no nos agrade, y también sería una forma de cegarnos ante la realidad. ¿Existen fascistas hoy en día? Sí, pero no son muchos. El fascismo como fuerza política ha sido relegado a un estatus casi marginal. Los actores fascistas contemporáneos no llegan a ser fuerzas políticas masivas como en los años de entreguerras. Los últimos intentos por crear un movimiento fascista masivo fueron Amanecer Dorado en Grecia, al menos hasta su ilegalización, los Kotlebistas o Partido Popular Nuestra Eslovaquia en Eslovenia, el Dritte Weg en Alemania, más recientemente el nuevo grupo Núcleo Nacional en España, Patriot Front en Estados Unidos y otras células marginales en diferentes países de Europa, Norteamérica y Oceanía. Los fascistas existen, pero su verdadera fuerza ha sido sobredimensionada por la propaganda y el término ha sido desnaturalizado al extremo de ser casi un sinónimo de derecha o anti-izquierda.
Con respecto al fascismo ideológico, este ha tenido que mutar. Sí hay una nueva generación de ideólogos, de ahí que como ideología siga viva. Richard Wolin comenta la democratización y apuesta por la libertad de expresión que ha experimentado el fascismo contemporáneo a través de la obra de la Nouvelle Droite francesa. Análisis más agudos sobre la naturaleza fascista de ideas vertidas por Alexander Dugin, Guillaume Faye, Alain de Benoist, Jared Taylor o de la editorial Arktos han sido expuestos en múltiples trabajos por académicos como Roger Griffin, Tamir Bar-On, Anton Shekhovtsov y Joe Mulhall, entre otros.
El fantasma del fascismo es un elemento bastante atractivo para crear divisiones en la sociedad siguiendo la receta de Carl Schmitt (política del enemigo). Es un recurso narrativo al que múltiples producciones cinematográficas y novelísticas han recurrido para aumentar la expectativa del televidente o lector. Toda gran trama tiene algún componente, sino un explícito uso, del fascismo o del nacionalsocialismo. Indiana Jones, Star Trek, Star Wars, Harry Potter, por mencionar algunas franquicias, han recurrido a esta estrategia. Nada como crear al gran malvado a imagen y semejanza del fascismo. Pero más allá de la televisión y las artes, el fascismo no es una amenaza tan notoria como lo fue hace casi 100 años. Dejar de sobredimensionar la influencia y el poder de este grupo es importante para enfocarse en problemas más complejos e inminentes, como el terrorismo islámico, las tensiones nucleares entre potencias o la violencia política en todas sus formas, incluida las futuras disputas producto del resurgimiento del nacionalismo. También debe desterrase el llamar fascista a conservadores, nacionalistas, etnoliberales, populistas, monarquistas, opositores de la democracia liberal, libertarios, liberales y demás grupos de la “derecha” política. Solo abandonando esta obsesión se podrán comprender mejor las ideas de las nuevas fuerzas políticas que aparecen. Es cierto que el fascismo podría resurgir, pero llamar fascismo a todo es otra forma de vendarse los ojos y no ver la realidad.
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