El día de ayer, el presidente Alberto Fujimori partió a la eternidad, al encuentro del juicio de la Historia, llevando nada más que los innegables logros de su gobierno, pero también las oscuridades de su vida política y los cuestionamientos a su vida familiar.
Fujimori nos dejó y nos hizo ver que de los últimos presidentes autoritarios que hemos tenido en la segunda mitad del siglo XX, ya no queda ninguno. Empezaremos con la toma del poder por el General Velasco en 1968, ya que la primera mitad del siglo XX estuvo plagada por golpes de Estado y todos estos mandatarios están ya, hace buen tiempo, reposando en el sueño eterno.
Todos estos gobernantes- llámenlos autócratas, dictadores, tiranos, héroes, patriotas, o lo que deseen- generan pasiones que sobrepasan lo razonable. Y es que la historia de nuestro país no conoce de la razón.
Juan Velasco Alvarado
Velasco Alvarado partió a la eternidad el 24 de diciembre de 1977, dejando una nación dividida, pero enarbolando un legado innegable: el sueño de un país capaz de mirarse al espejo y reconocerse como lo que es: una tierra multicultural, andino-descendiente, con una cultura y una cosmovisión que poco tiene que ver con la implantada por la Colonia Española y, mucho menos, por el imperialismo norteamericano. Un verdadero gobierno revolucionario que, a pesar de su fracaso estrepitoso y escandaloso, pretendió devolverle la dignidad al pueblo peruano, forzado a cargar en andas a la minoritaria y explotadora oligarquía. Aunque salió mal, ¿no era la Reforma Agraria una necesidad moral?
Hasta el día de hoy, Velasco divide y levanta pasiones en ambos lados. Quienes rescatan lo positivo y constructivo de este gobierno autoritario rescatan justamente la lucha por la dignidad nacional. "Campesino, el patrón ya no comerá más tu pobreza", es la famosa frase del líder del gobierno militar, que a pesar de quererse progresista e históricamente renovador, terminó cayendo en la sordidez e indignidad de la dictadura, expropiando medios de comunicación, así como empresas extranjeras, industriales y de servicios.
Francisco Morales Bermúdez
El Judas de Velasco, si algo hay que rescatar del periodo de Morales Bermúdez es que abrió la senda para el regreso de la democracia al país. Sin embargo, toda voluntad nacionalista, progresista, renovadora y revolucionaria se diluyó en una de las copas de champán con las que la oligarquía brindaba en el Club Nacional. Tal vez sea Morales Bermúdez uno de los gobernantes autoritarios que menos pasiones levantaron, justamente porque, a pesar del borrón y cuenta nueva, abrió la puerta a la democracia. Sin embargo, es deber recordar la -reducida y limitada- participación del Perú en el inhumano Plan Cóndor, bajo la batuta y aprobación de Morales Bermúdez. Falleció a los 100 años el 14 de julio de 2022.
Alberto Fujimori
El consenso dictamina que Fujimori fue un dictador. Sin embargo, la democracia no está tallada en piedra. El autogolpe de 1992 no solamente se realizó con el aval de la mayoría de la población, para así dejar de lado a una clase política añeja, limeña, burguesa, demasiado intelectual y por lo tanto demasiado alejada del verdadero Perú, sino que, la nueva Constitución, aquella de 1993 -la razón por la cual salimos del hoyo económico en que nos dejó el experimento del joven Alan García- fue ratificada con más del 50% de los votos de los peruanos en plebiscito. Tamaño fue el apoyo popular a Fujimori, que arrasó en su reelección de 1995, la cual fue una verdadera primavera democrática en el Perú, sin la más mínima sospecha de fraude, con más del 60% de los votos, contra el venerable Javier Pérez De Cuéllar, quizá, el peruano más ilustre de la historia junto con Mario Vargas Llosa, a quien Fujimori también derrotó.
La guerra contra el terrorismo es, y ha sido, la sorprendente razón por la que sectores progresistas y fundamentalistas de la izquierda nacional condenan este gobierno. Sin embargo, como bien señala el periodista Umberto Jara en su imprescindible Ojo por Ojo, en el caso de la masacre de La Cantuta, algunos de los estudiantes y profesores asesinados fueron acusados por las autoridades militares de tener vínculos con Sendero Luminoso. Esta acusación fue utilizada como justificación para la operación. A pesar de ello, los informes de la Comisión de la Verdad y Reconciliación (CVR) y otras investigaciones mostraron que, aunque algunos de los asesinados pudieron haber estado relacionados con actividades subversivas, no se les dio un juicio justo, y muchas víctimas eran inocentes. Entra ahí la pregunta: ¿los derechos humanos de acusados de terrorismo valen más que el derecho a la vida de los peruanos inocentes?
Pedro Castillo
Solo mencionamos a este limitado y obtuso ser humano ya que pretendió dar el golpe de Estado más caricaturesco y ridículo de nuestra historia moderna. No merece que se le dediquen más líneas.
¿Por qué los gobernantes autoritarios generan pasiones?
El apoyo a los gobiernos que rompen con el orden constitucional suele basarse en promesas de cambio radical, como ocurrió en el caso de Juan Velasco Alvarado, quien tras su golpe de Estado en 1968, prometió una reforma agraria y la nacionalización de industrias para combatir lo que percibía como una oligarquía corrupta e ineficaz. Estas acciones atrajeron a sectores campesinos y sindicales que buscaban redistribución de tierras y mayor control sobre los recursos del país. De manera similar, Francisco Morales Bermúdez, al tomar el poder en 1975, se presentó como la figura capaz de restaurar la estabilidad económica y política tras la crisis del régimen de Velasco. Aunque revirtió algunas políticas radicales, su gobierno recibió apoyo de sectores militares y conservadores que veían su mandato como necesario para contener la inestabilidad del momento. En el caso de Alberto Fujimori, su autogolpe en 1992 fue bien recibido por quienes veían en él a un líder fuerte capaz de restaurar el orden en medio de la violencia de Sendero Luminoso y la hiperinflación que había afectado al país. Los seguidores de Fujimori lo percibían como un salvador dispuesto a tomar medidas drásticas para llevar al Perú hacia la prosperidad, aun si ello implicaba la violación de normas democráticas. Estos gobiernos también obtuvieron respaldo de sectores que compartían sus ideologías, priorizando las promesas de seguridad y progreso económico sobre los métodos empleados. Además, en contextos donde las instituciones democráticas eran vistas como ineficaces o corruptas, como en el Perú de fines de los años 80 y principios de los 90, estos quiebres constitucionales fueron percibidos por algunos como soluciones necesarias para enfrentar la crisis.
Por otro lado, el rechazo hacia los gobiernos que quiebran el orden constitucional, como los de Velasco Alvarado, Morales Bermúdez y Alberto Fujimori, se debe principalmente a la percepción de que estas acciones violan la legalidad y los derechos fundamentales. Estos gobiernos fueron vistos como un ataque a los principios democráticos, como la separación de poderes y el respeto a los derechos humanos. Velasco Alvarado, con su golpe de Estado en 1968, y Morales Bermúdez, al consolidar el régimen militar en 1975, enfrentaron críticas por la concentración de poder y la imposición de reformas sin consultar a la ciudadanía. En el caso de Fujimori, su autogolpe en 1992 provocó un fuerte rechazo por el autoritarismo que derivó en la supresión de libertades individuales y colectivas. Estos quiebres del orden constitucional también generaron una profunda polarización social, dividiendo a la población entre quienes apoyaban las medidas y quienes las veían como un abuso de poder. Finalmente, muchas personas desconfiaban de las verdaderas intenciones detrás de estas acciones, sospechando que respondían más a intereses personales o de grupos cercanos al poder que a la necesidad de proteger al país.
El autoritarismo bajo la piel
Aunque los gobiernos autoritarios de Velasco Alvarado, Morales Bermúdez y Fujimori forman parte del pasado, el espectro del autoritarismo sigue presente en el Perú. Las promesas de cambio radical y el discurso de un liderazgo fuerte en tiempos de crisis continúan resonando en la política actual, lo que evidencia que el riesgo de retrocesos democráticos no ha desaparecido. Figuras contemporáneas como Antauro Humala, con su retórica populista y su defensa de la "insurgencia" como medio para alcanzar el poder, son un recordatorio de que la tentación del autoritarismo puede estar siempre a la vuelta de la esquina. El peligro persiste mientras sectores de la población sigan dispuestos a sacrificar las instituciones democráticas a cambio de soluciones rápidas a los problemas del país, ignorando las lecciones del pasado.
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