Recientemente el Congreso de la República aprobó el retorno a la Bicameralidad. A la composición vigente del Parlamento se agrega, entonces, una Cámara de Senadores integrada por 60 representantes que tendrán como función la revisión de leyes, entre otras de nombramiento de altos funcionarios. Esta reforma constitucional verá su primera ejecución todavía en las elecciones del año 2026.
Ante este nuevo escenario, de manera muy lúcida, en su columna del Comercio del pasado 10 de marzo Carlos Meléndez reflexiona sobre la precariedad del sistema de partidos que le dará la bienvenida a la nueva configuración del Parlamento. De acuerdo a Meléndez, hoy en día los partidos no cumplen con dos funciones mínimas: i) la cohesión de profesionales en torno a un interés común y ii) la representación de demandas sociales. La solución que plantea es la mejora de la representación política prescindiendo de los partidos políticos. Para ello la fórmula a la que apela es la de rediseñar los distritos electorales y volver al financiamiento privado de los partidos. Considero que la idea principal de la propuesta de Meléndez no es mala, pero su ejecución podría ser mejor. Para revisar cómo se podría mejorar la propuesta de Meléndez echemos un vistazo a las primeras décadas del siglo XX.
Durante los años 30, América Latina se sumó a la ola de acontecimientos e innovaciones políticas que se vivían en Europa. Casi todos los gobiernos latinoamericanos intentaron aplicar o aplicaron alguna forma de Corporativismo en sus países. Desde fórmulas que se materializaron parcialmente, como en Chile y Paraguay, hasta otras que solo quedaron en papel, como en la Constitución peruana de 1931. El corporativismo se popularizó como alternativa al socialismo y al liberalismo y fue concebido de formas autoritarias y democráticas en distintos países del mundo.
El corporativismo es un dispositivo político que apela a la organización de las fuerzas vivas de la sociedad en torno a unidades o corporaciones que representarán directamente sus intereses a nivel legislativo. Las fuerzas vivas son los principales rubros de la economía o de la productividad (algunos ejemplos serían el sector pesquero, minero o agrario), así como las escuelas profesionales (médicos, ingenieros, psicólogos, etc.) y otras áreas de acción social (activismos). Las corporaciones son unidades de representación que reúnen a las fuerzas vivas por rubros, por ejemplo, una corporación que represente a todas las escuelas de psicólogos, otra que reúna a los empresarios del sector minero y así sucesivamente. Las corporaciones componen una Cámara Corporativa, la cual es una Asamblea que delibera y tiene facultades legislativas.
Originalmente el corporativismo apuntó a reemplazar la representación partidaria para favorecer la representación de los intereses directos de la sociedad, pero con el paso del tiempo ha tomado formas que van desde la asunción de funciones de consulta hasta las de cogobierno. Al día de hoy el corporativismo sigue vigente en sociedades como Irlanda, Eslovenia, Hong Kong y Singapur, así como fue parte del proceso de desarrollo de Sudáfrica y Corea del Sur.
El modelo de Singapur es uno de los más exitosos. En dicho país no existe una Cámara Corporativa como tal, lo que existe es un diálogo y cogobierno muy estrecho entre el Estado y las instituciones corporativas del país. Esta relación de consulta y cogobierno permite la existencia de un Parlamento, pero que atiende directamente las exigencias y propuestas de los sectores reunidos en corporaciones mediante la institucionalización de canales de diálogo entre actores públicos y privados.
Explicado el corporativismo, podemos volver al caso peruano. En lo particular, haciendo eco a la propuesta de Meléndez, considero que, si queremos mejorar la representación política sin recurrir a los partidos políticos, debemos aplicar la fórmula corporativa en lugar de únicamente rediseñar los distritos electorales. Sobre todo, porque esto último no llegaría a resolver el problema de fondo y, aunque las soluciones no son excluyentes, el fortalecimiento del decadente estado actual de los partidos políticos es decadente y su fortalecimiento mediante este o cualquier otro método llevaría más tiempo del previsto. En este contexto, ¿por qué no optamos por la alternativa corporativa como contrapeso de los partidos políticos? ¿Por qué no sacar del baúl de los recuerdos algunas fórmulas políticas y reformas constitucionales que actualmente funcionan en otros países?
Aprovechemos el momento de discusión y reforma constitucional para repensar nuestras instituciones. Sabemos que el sistema de partidos peruanos es frágil, por ello, dejar en él el monopolio de la representación popular podría ser contraproducente para los intereses del país, si es que no lo es ya. Una Cámara Corporativa total, o incluso una parcial, invitaría a las fuerzas vivas a competir con los partidos políticos por la representatividad y la promulgación de leyes con impacto ciudadano. La ventaja de las corporaciones sobre los partidos es que las primeras cumplirían de antemano con los requisitos mínimos planteados por Meléndez, pues al ser reuniones de organizaciones enfocadas en determinados rubros, sus objetivos serían claros y estarían vinculados a las funciones de las asociaciones que las conforman. Tanto cohesión como canalización de intereses estarían garantizados. Incluso, el hecho de que se enfoquen en rubros específicos facilitaría la fiscalización de sus funciones y aumentarían la posibilidad de que se propongan leyes con mayor solidez técnica.
Pensar en una Cámara Corporativa parcial podría ser la solución a la crisis de los partidos políticos. Esto significa que el Parlamento pasaría de estar integrado únicamente por representantes partidarios a poseer también un número de representantes corporativos, es decir, representantes de las fuerzas vivas o rubros más importantes del país. Quizás de esta manera se ayude a acelerar el proceso de reforma política que tanto ansiamos y se ayude al futuro Senado a no tener que lidiar con el caos y la podredumbre.
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