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Foto del escritorPiero Gayozzo

Corporativismo: una solución a la crisis de partidos políticos en Perú

Esta semana condenaron a Alejandro Toledo a 20 años y 6 meses de prisión por haber recibido más de 30 millones de dólares de la constructora Odebrecht a cambio de la aprobación de ciertos proyectos durante su gobierno. La noticia no sorprende a nadie. Todos los expresidentes vivos que fueron elegidos por votación popular están inmersos en algún caso de corrupción y al menos tres de cinco fueron condenados a prisión preventiva. No obstante, estos son solo los casos más conocidos de autoridades democráticamente elegidas que han estado involucradas en actos ilícitos. El panorama político peruano es aún más desolador. Con múltiples casos de corrupción e incluso denuncias de participación en mafias entre las autoridades electas en gobiernos locales y regionales, así como con una casi inacabable lista de irregularidades perpetradas por congresistas, la democracia peruana parece colapsar.



Para muchos, la creciente desconfianza en el sistema democrático podría ser resuelto fortaleciendo los partidos políticos. El sistema de partidos políticos cumple una función clave en el sistema democrático: servir de medio entre la ciudadanía y el gobierno. Se trata de un tipo de organización política que agrupa a los ciudadanos en partidos que se presentan a elecciones y a través de los cuales los ciudadanos compiten por acceder a cargos públicos. Sin partidos políticos, no podría haber democracia.


Ahora, son 36 partidos los que apuntan a participar en las elecciones del año 2026. Partidos políticos sin ideología, que no cumplen con los requisitos de una organización ciudadana que aspira a actuar colectivamente para ejecutar un programa de gobierno en el que sus miembros creen, sino que se han convertido en negocios dirigidos por aspirantes a señores feudales dispuestos a vender plazas y candidaturas al mejor postor. Las lealtades partidarias parecen haberse extinguido. Muy pocos son los políticos de carrera y tradición que se mantienen firmes en sus convicciones, pues la gran mayoría son tránsfugas y, una vez que compraron su candidatura, solo sirven como capital político de los dueños de los partidos para negociar con el poder de turno. Como es esperable,  la ciudadanía desconfía de los partidos y en unas eventuales elecciones no sabrían por qué candidato votar. Por lo visto, en Perú el sistema de partidos parece estar en crisis.


Resolver los problemas del sistema democrático con más democracia es un mantra contemporáneo. ¿Por qué debemos continuar con la misma receta, si solo se trata de una forma más en que los pueblos se organizan? Nos han hecho creer que la democracia es un fin en sí mismo y han olvidado que es un instrumento, un medio para un propósito mayor: el bienestar de la sociedad. De ahí que pensar fuera de aquel mantra resulta un pecado casi mortal tanto para liberales como para socialistas. La corrección política nos ha hecho creer que la democracia es inigualable y nos ha obligado a olvidar propuestas que brindan alternativas a problemas como el que atravesamos. Una de ellas es el corporativismo, una forma de gobierno que propone un sistema de representación alternativo al sistema de partidos políticos. Un gobierno sin partidos políticos, es decir, un gobierno alternativo a la democracia.


El corporativismo no tiene relación con las corporaciones en el sentido empresarial, sino que debe su nombre a las unidades funcionales o cuerpos/corporaciones que lo estructuran. Originalmente fue propuesto en el siglo XIX por la Iglesia Católica como una alternativa a los gobiernos de tipo liberal y socialista. Se popularizó durante el periodo de entreguerras, fue adoptado por regímenes fascistas y militares, pero sobrevivió a la Segunda Guerra Mundial en Asia y algunos países europeos, como Singapur, Corea del Sur, Taiwán y Eslovenia. Tiene versiones tanto autoritarias como más liberales. En Perú, la discusión sobre el corporativismo quedó presente en numerosos textos académicos e incluso proyectos políticos de la década de los 30. Dos ejemplos notables pueden hallarse en los trabajos de los juristas Raúl Ferrero Rebagliati y Víctor Andrés Belaunde.


El corporativismo es un sistema de gobierno en el que se organiza a la ciudadanía alrededor de unidades funcionales (también llamadas corporaciones) y no por partidos políticos. Cada unidad funcional representa un rubro de importancia económico, social o técnico. En el caso de las unidades funcionales económicas, las corporaciones suelen estar conformadas por la reunión de representantes de las empresas y sindicatos de cada rubro económico o industria. Por ejemplo, imaginemos la corporación nacional de minería, esta estaría conformada por los representantes de las principales empresas y sindicatos mineros. En el caso de las corporaciones sociales, reunirían iniciativas ciudadanas dedicadas a temas que actualmente cubren algunas ONGs. Finalmente, las corporaciones técnicas reunirían a los especialistas y académicos a través de los colegios profesionales. Como se mencionó, cada corporación agrupa actores de un determinado rubro, pero lo que hace del corporativismo un modelo alternativo al sistema democrático es que dichas corporaciones se reúnen en una Cámara Corporativa que tiene capacidad legislativa. De esta forma, las corporaciones pueden debatir y legislar directamente sobre sus temas de interés sin partidos políticos de por medio.


Con un sistema corporativista se alejaría de la acción política a una gran cantidad de individuos con intereses personales, pues solo aquellos con carreras en empresas, sindicatos, ONGs y escuelas de profesionales, tendrían la posibilidad de participar de la toma de decisiones. Otra ventaja del corporativismo es que permite institucionalizar los canales de diálogo entre organizaciones enfrentadas, como empresas y sindicatos, y facilitar la búsqueda de soluciones comunes y de interés para el sector que representan. Tanto las organizaciones ciudadanas, como ONGs y escuelas profesionales también poseen equipos técnicos que han dedicado sus carreras a temas específicos, por lo que su competencia resulta más beneficiosa que las “buenas intenciones” de los aspirantes promedio del sistema de partidos políticos.


En un país en el que los partidos políticos no filtran apropiadamente sus candidatos porque no tienen la intención de hacerlo y en el que el sistema de partidos es un mercado de influencias, poder y candidaturas, resulta importante echar un vistazo a otras formas de gobierno. La democracia parece no funcionar en el estado actual de la sociedad peruana. Es momento de prestar atención a nuevas perspectivas, pero no por el hecho de oponerse a la democracia, sino porque urgen nuevas soluciones para las limitaciones de la misma democracia. También es importante darles la oportunidad a otros ciudadanos, a sectores que han estado involucrados en construir el Perú antes que a agentes interesados en participar del circo llamado elecciones. ¿Seremos lo suficientemente fuertes como para frenar el mantra de la democracia en búsqueda de mayor bienestar?

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